“He tenido el privilegio como sacerdote de haber sido enviado por Jesucristo a pastorear una porción del rebaño de Dios durante estos últimos diez maravillosos años de mi vida sacerdotal en la República Dominicana, en la Provincia de San Pedro de Macorís, ubicada en la zona más oriental. Una nación que junto a la República de Haití, conforman la isla de La Española. Fue allí donde Dios me confió una pequeña porción de la inmensa grey de la humanidad. Se trataba de una grey abandonada, una grey que no sólo sentía la lejanía de su pastor, sino – peor aún – un rebaño que ni siquiera sabía que tenía pastor. Un rebaño, una porción de la humanidad que jamás había contemplado la hermosura del rostro de su pastor, ni escuchado su voz”.
Esas palabras están contenidas en el documento difundido por el sacerdote Christopher Hartley Sartorius, en París, Francia, durante un escenario donde se colocó a la República Dominicana en situación del descrédito público. Fue ahí donde los enemigos del país dieron a conocer el controvertido documental bajo el título “Azúcar, sangre y dolor”, que pinta al país como una nación esclavista, acusación que ocasionó protestas de los dominicanos en todo el mundo, incluyendo al Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, a juristas, políticos y otros sectores.
Tengo en mi poder el documento del padre Hartley y confieso que en su contenido se dicen cosas terribles sobre el trato que se le aplica a los haitianos en los bateyes. Se describe la pobreza extrema que comparten dominicanos y haitianos, pero la mayor descarga va dirigida contra el emporio azucarero del Grupo Vicini y la familia Fanjul, de La Romana.
Sabemos a qué obedecen esas denuncias. Detrás de esos grupos se encuentran organismos internacionales poderosos y países interesados en unificar la Isla. Nos quieren echar un muerto encima como solución a la pobreza extrema de Haití. Francia, Canadá y los Estados Unidos, sobre todo, pretenden de esa forma eludir sus responsabilidades.
Sin embargo, hay que hacer constar que una parte de los dominicanos siente animadversión por los haitianos. Razones las hay. Para entender esas razones, retrocedamos a épocas pasadas. El problema es histórico; viene de lejos, sobre todo a partir del año 1822, etapa de triste recordación que propició el dominio de 22 años de torturas y maltratos sobre el territorio dominicano. Los haitianos nos ocuparon, nos saquearon y nos desconsideraron salvajemente. La Independencia Nacional nace precisamente por esa causa. Y eso no se olvida. Del 1844 a la fecha, ellos guardan un resentimiento por la derrota propinada por nuestros valientes héroes; todavía pregonan que de Azua hasta Jimaní les pertenece. La intelectualidad haitiana ha llegado a expresar que son superiores a nosotros por aquello de que hablan dos o tres idiomas. De ahí el rechazo hacia ellos; no es porque son negros y feos o antihigiénicos, como comentan algunos.
Como los haitianos, el país cuenta con un ejército de inmigrantes de otras naciones. Por nuestras calles circulan cubanos, chinos, árabes, italianos, franceses, norteamericanos, peruanos, ecuatorianos, mexicanos, venezolanos, en condiciones de ilegales e incluso muchos son delincuentes buscados por la INTERPOL. Pero éstos últimos no reciben el mismo rechazo, factor que ha sido tomado como argumento para que el sacerdote Christopher Hartley y sus acólitos eructen su rabia contra nosotros.
Lo ideal es que no estuviésemos compartiendo el mismo escenario con los haitianos. Lamentablemente, son nuestros vecinos y estamos destinados a verlos de por vida, pues no olvidemos las relaciones bilaterales en el orden comercial y diplomático que existen entre el país y Haití. Sin embargo, observo con preocupación que no se está prestando atención a la entrada masiva de haitianos hacia el territorio dominicano. En cada rincón del país tienen asentamientos sin aparente control. Están ubicados en sitios y ciudades estratégicos en todo el país, como si se tratara de comandos entrenados para fines ulteriores. Muchos están legales, pero la mayoría no tienen papeles. ¿No serían cuadros políticos y militares encubiertos la mayor parte de ellos? ¿Quién los organiza?
Los haitianos se desplazan por el país como hormigas y han desplazado a nuestros obreros en sectores importantes de la economía como son la construcción y los negocios informales. Han llegado tan lejos que hasta usan niños en las avenidas para mendigar, han asimilado nuestra cultura y nuestras costumbres. ¿Cosas de la transculturización y la globalización?
La entrada ilegal de esta gente cuenta con la complicidad de hacendados, empresas de la construcción y de militares de alta jerarquía que prestan servicio en la frontera. Que conste, no estoy diciendo nada nuevo. Eso se ha denunciado en múltiples ocasiones. Emplean la mano de obra haitiana porque resulta más rentable a los ingenieros, lo mismo que a los propietarios de fincas y haciendas. Entran de noche, con sus familiares, porque los militares de puesto en la frontera les facilitan el paso a cambio de dinero. Esto me lo han confirmado algunos haitianos consultados.
Es decir, la Dirección de Migración los repatría de día y los militares los entran de noche. Lo sintomático del caso es que quienes se benefician del tráfico de haitianos son los primeros en pronunciar su actitud racista. Es una doble moral que tiene propósitos definidos y rentables. ¿En qué estamos, entonces?
Nos pueden acusar de tolerantes, receptivos obligados de esa gente, pero no esclavista. Lo propio es desatar una contraofensiva para enfrentar a los detractores que como los sacerdotes Pedro Riquoy Christopher Hartley han pretendido colocarnos a los ojos del mundo como una República deshumanizada. En el fondo, el interés es perjudicarnos económicamente, haciendo que los turistas y los inversionistas se alejen. ¿Acaso se trata de un mecanismo de presión?
Los haitianos son tratados bien en el país. Son muchas las mujeres que cruzan la frontera para dar a luz en los hospitales dominicanos. Si alguna vez se puede hablar de maltratos hay que preguntárselo a aquellos sectores que trafican con ellos o los ponen a trabajar por salarios pírricos, no porque sea una política del Estado dominicano. De manera que el traje de esclavista no nos sirve. Por suerte, el gobierno haitiano ha desmentido esas versiones puestas a circular con mala fe por las organizaciones internacionales vinculadas a las sí desacreditadas ONGs.