Podía ser la última gota que colme la copa, pero no, el escándalo en la Cámara de Cuentas no es más que otro eslabón de una cadena de escarnios que ha instalado sus reales sin guardar siquiera las apariencias. Con todo y lo gravísimo que es lo ocurrido en un organismo llamado a velar por la ética y la eficiencia en la administración de los recursos públicos no pasará de un alboroto más, porque aquí no solo se ha perdido la capacidad de espanto, sino la fe y hasta la vergüenza.
Por muchísimo menos de ahí Paul Wolfowitz, a quien le sobran méritos profesionales, tuvo que renunciar de la presidencia del Banco Mundial. Pero aquí los implicados en vergonzosos escándalos ni se inmutan y se quedan en los puestos muertos de risa, como si no fuera con ellos. Se trata de una amarga realidad, que penosamente suele repetirse con inusitada frecuencia como si nada fuera nada.
Bastó con que los jueces anunciaran la revocación pura y simple de los ilegales e hirientes aumentos de sueldos para que el escándalo se aplacara, como si con la decisión, por demás un tanto confusa, se recogiera toda la pestilencia que emanó y marcado todavía más a una entidad infuncional y desacreditada.
El alboroto, sin embargo, ha destapado una caja de Pandora en la medida que trae a colación entes estatales que no cumplen otras funciones que las de nichos de botellas, con gastos alarmantes y cuya eliminación han propuesto organismos internacionales.
Si los magistrados tuvieran más vocación de servicio que de afán de poder habrían renunciado, pero es lo menos que ha de esperarse de gente que se sabe llegó al cargo como parte de la politiquería y no por sus condiciones profesionales. De algunos se dice incluso que no han abandonado otras sinecuras que riñen con sus atribuciones.
Sé de magistrados íntegros, con sólida formación moral y profesional, como los licenciados Henry Mejía y Andrés Terrero, que jamás se prestarían a acción alguna reñida con las leyes y la moral, pero también sé que por uno pagan todos, que es lo que ha ocurrido con este inaplacable escándalo en la Cámara de Cuentas. Y si nadie se ha inmutado es por los intereses y la forma en que fueron nombrados. Como no sea para disimular, con efecto ha ocurrido, se consideran que no ni tienen por qué hacer caso a la opinión pública.
La Cámara de Cuentas es el órgano superior del sistema nacional de control de auditorías, que, en entre otras funciones, está facultada para emitir normativas de carácter obligatorio, promover y alcanzar la coordinación interinstitucional de los organismos y unidades responsables del control y la auditoría de los recursos públicos, así como de formular proyectos para esos fines.
Pero esas funciones sencillamente se han ido al carajo con el escándalo moral y legal que han provocado nada más que sus propios magistrados. La Cámara de Cuentas ha perdido la escasa credibilidad que le quedaba, si es que tenía, para hablar de saneamiento. Y que sus jueces no han tenido el valor de renunciar, deben entonces respetar a la gente todavía sensata callando para siempre.