Las ocurrencias de nuestros ciudadanos no tienen límites. He observado con asombro cómo algunas personas transitan con sobre los elevados y túneles de la capital poniendo en riesgo sus vidas.
Esa situación la he venido contemplando con preocupación desde hace meses en los túneles y elevados de la avenidas 27 de Febrero y Las Américas.
Esas vías son utilizadas por personas adultas, sobre todo jóvenes, que caminan sin prisa por el estrecho espacio que separa los carriles, a penas a escasas pulgadas de los miles de automóviles que a diario transitan por ese lugar.
Una vez ví a una mujer caminando en dirección Este-Oeste por dentro del túnel de Las Américas, que pasa por debajo de las avenidas Venezuela y Sabana Larga, en el municipio Santo Domingo Este. Otro día la ví en dirección inversa. Llevaba en las manos un saco y caminaba ignorando a los desesperados conductores que la observaban sin disminuir la velocidad. “Sólo a una loca se le ocurre caminar por aquí”, me dije.
Pensé que se trataba de una estupidez más de las que estoy acostumbrado a diario. Días después me convencí de que erraba en mis apreciaciones. Ya era una costumbre. Dos jovencitas, vestidas con camisa azul y falda de kaki (iban para la escuela) saltaban las barras divisorias de esta peligrosa vía en un intento por llegar al otro extremo de la pista que está próximo al hospital Darío Contreras. Cerca del lugar donde ellas se encontraban hay un puente peatonal, pero prefieren arriesgar sus vidas desafiando el peligro. Incluso, mujeres llevando niños de las manos las he visto haciendo lo mismo en el trayecto de Los Tres Ojos hasta el puente Juan Carlos. Esas escenas se producen también en horas nocturnas, donde no hay iluminación. ¡Qué pena, verdad!
Ciudadanos caminan sobre el elevado de la 27 de Febrero, desde la Leopoldo Navarro hasta el edificio denominado El Huacalito. Otros se desplazan de extremo a extremo, es decir, hasta la entrada de los puentes Juan Bosch y Juan Pablo Duarte.
Si analizamos bien el caso, podríamos hacer muchas elucubraciones sobre los motivos que conllevan a esa gente a tomar los elevados como ruta de sus designios. Resulta ilógico entenderlo. ¿Estarían evadiendo alguna persecución? ¿Lo hacen para acortar la distancia? ¿O es una nueva modalidad de transitar por la ciudad?
Hace poco los medios de comunicación reseñaban sobre la muerte de un valioso atleta cuando fue embestido por un vehículo en marcha, tratando de cruzar la Autopista Las Américas, desde la Villa Olímpica. Como él, otros podrían correr igual destino. ¡Dios los libre! Lo digo porque las calles están llenas de conductores desaprensivos, irresponsables, locos, temerarios, abusadores, no previsores e imprudentes. Son especies de asesinos en potencia del volante.
Pero los ciudadanos que transitan por las vías que comentamos, al parecer, no se percatan de que están jugando una especie de ruleta rusa con sus vidas. Sólo hay que ver cómo se maneja por los elevados, donde la velocidad recomendada es de 45 kilómetros por hora, pero algunos conductores corren a 55 kph. El caso es que muchos ciudadanos no conocen las normas de transitar por las calles; algunos conductores, tampoco. Hace falta orientación. La ausencia de educación motiva a esta gente a cometer esas torpezas. No existe otra explicación. Sino optarán por asumir otro comportamiento.
Por otra parte, la excusa que ofrecen los ciudadanos para no usar los puentes peatonales colocados sobre las avenidas de amplio tránsito es que pueden ser víctimas de atracos y robos por parte de los delincuentes. Realmente, esos hechos ocurren hasta de día. Es obvio que sientan temor. Esa parte se entiende y no amerita ningún comentario. Lo que no se entiende es, ¿por qué entonces tomar los elevados para caminar, como si se tratara de una calle? Tal vez un psiquiatra o un sociólogo tengan la respuesta.