Al olvido (Pablo Mckinney, préstame esta palabrita) de esa belleza presurosa que salta en la memoria, de esos ojos monteros, ora grandes, ora pequeños, que ponen la daga en la cara con su filo imperturbable.
Esos ansiosos recorridos de niños por los bosques vírgenes del vecindario, aquellas calles de historia recorridas con las muchachas colgadas en las azules ventanas de tabla.
Esa mi abuela que nos esperaba con la correa en remojo y la ausencia de la madre salvadora.
Los olvidos recientes dan duro. Ese mapa facial, esa agua cristalina que arrastra la sonrisa de muchachita desde la empinada del placer.
Al olvido invito yo, al olvido de los labios transmutados, de ese rosado a rojo lanzando las más agudas fibras del placer.
Al olvido invito yo.