El tema de los nombres, de las denominaciones y de las identificaciones, es muy complejo entre los dominicanos, además, de ser extraordinariamente variopinto con todos sus bemoles. Al afirmar esto no pretendo ser locuaz, ni tampoco tener mucha labia, ni mucho menos “dar muela”, en definitiva, ser un “muelú”. Por si las moscas, también, añadiré que no uso cadenas en el cuello, y por consiguiente no soy un “cadenú”, pero la verdad es que cuando uno se traslada de la “capi” (capital) a “Sancri” (San Cristóbal), pueden ocurrir muchas cosas en esos treinta kilómetros, sobre todo si se viaja vía “kilómetro” (Carretera Sánchez), y se vive por la “Charly” (Avenida Charles de Gaulle), en “Brooklyn” (del lado este del río Ozama, que divide la ciudad de Santo Domingo).
De Santo Domingo a San Cristóbal, existen dos rutas principales, como saben los lugareños, y la que tiene más demanda es precisamente la que pasa por “kilómetro”, que dicho sea de paso nadie sabe exactamente dónde están, ya que no existe ninguna señal que los identifique. En el trayecto vimos numerosas motocicletas conocidas como “motores”, y muchos de ellos andan “conchando”, es decir, llevando pasajeros, por las rutas del “motoconcho”. También, observamos varios vehículos destartalados, llamados “chatarras”, que por supuesto, pasan “misteriosamente” una revisión anual conocida como “la revista”, a base de “payola” (soborno).
Ya las “banderitas” o autobuses urbanos pintados con los colores de la bandera dominicana: rojo, azul y blanco, no se ven, y han aparecido otros llamados “onsa”, en lugar de pronunciar correctamente las siglas OMSA. Uno de los pasajeros llevaba una “tercia” de ron en el bolsillo trasero, la cual contiene un cuarto de litro, y que ahora llaman un “beeper”. El beeper no es más que un radiolocalizador o buscapersonas, ya prácticamente obsoleto debido a los teléfonos móviles, que no son más que los celulares, pero aún se le sigue llamando así a la botella de tamaño pequeño de esa bebida alcohólica.
En eso sonó un celular, y alcancé a escuchar una jerga que pude identificar como la de un “dominican-york” (residente dominicano en los EE UU), de esos que hablan “espanglish” (mezcla del español dominicano y del inglés estadounidense), y que nacieron en “sabana church”, o sea, en la población de Sabana Iglesia de aquí en el país, y luego emigraron. Los que se comunican con esa mixtura de idiomas, no tienen por qué saber que eso mismo le pasó al latín en sus buenos tiempos. El pasajero se identificó como Papote el de Tonguita, y poco a poco me fui enterando de la conversación sin pretenderlo siquiera, sencillamente, porque hablaba en voz alta.
Parece ser que Papote dejó un pequeño problema no resuelto en los “países” (los EE UU), y mencionó el “jonatena” (home attendant), y le preguntó a su interlocutor que si todavía tenía ese “yobito” (diminutivo de ”job”), y que si ya se estaba poniendo “suera” (sweater), y que cómo estaba la “boila” (boiler). Le dijo también que tenía que ir a la “marketa” (market), a comprar una “brum” (broom), para barrer la “yarda” (yard); y que tuviera cuidado de no tirar cosas por la “uindo” (window), porque el “super” (superintendent), se podía disgustar. Y si la llave estaba “liquiando” (licking), le podía dañar el “rufo” (roof), y la “furnitura” (furniture), o el “biuro” (buro), al “neibor” (neighbor) de abajo; que hiciera un “apoinmen” (appointment) con el “plomero” (plumber), porque no quería ningún “complein” (complaint), y que no se preocupara por los “bile” (bills). Le aconsejó que bajara al “beisman” (basement) para conversar con el “lanló” (landlord), del “bildin” (building), acerca del “gabech” (garbage); y que tuviera cuidado con la “ganga” (gang) de la “corne” (corner), que entran al “beisman” a “esnifiar” (sniff) y a “foquiá” (fuck), y le pueden hacer un “joló” (hold up), porque esos tipos no tienen ni una “cuora” (quarter).
Al final Papote le dijo que iba para una “beiqueri” (bakery) a comprar un “quei” (cake), y otras cositas para “lonchá” (lunch), para cantarle “japiberde” (happy birthday) a su “dota” (daughter); pero que no era un “pari” (party) grande, sino, familiar, y que iba a aprovechar para ir de “chopin” (shopping) otro día. Que en ese momento estaba pendiente del “sain” (sign) para no pasarse del “beiqueri”, porque le dijeron que estaba después de una “fensa” (fence) amarilla, y que la “voladora” (minibús) andaba “brisiá” (como la brisa, es decir, rápido).
Al final le mandó muchos saludos a Mello el del barrio, y a su compadre Macorís, dijo “bai” (bye), y le comentó: “yo te llamo pa’trá” (I’ll call you back) y “un tró” (truck) de besos para los “ki” (kids). Todo lo anterior salpicado con una muletilla oral: “¡shit man!”, la cual articulaba y repetía con mucho énfasis en el mejor estilo de Harlem.
El mote de Tonguita me trajo a la mente el hecho de que nosotros solemos identificar a las personas en función de otra, (Papote el de Tonguita, Chucho el de la flaca), o de su profesión, (Josué el mecánico), de su estatus social, (Malasaña el riquito, Yuniol el hijo de la viuda), o bien, de la población o barrio de origen, (Momongo el sancarleño), e inclusive, de un establecimiento, comercial o no, (Félix el de la ferretería)… Esta costumbre quizá tenga un origen andaluz o de las Islas Canarias, o si no, pregúntenle a El Niño de la Capea, o a Manitas de Plata.
Mucho más complicado resulta ser la identificación de las personas por el color de la piel, y solemos emplear decenas de eufemismos huyendo de la realidad. Como se sabe entre nosotros los dominicanos no quedan aborígenes, porque su población fue diezmada, y por ese motivo, fueron traídos esclavos del África para sustituir la mano de obra aborigen, que no soportaba los rigores del trabajo forzado, ni tampoco estaba inmunizada contra las enfermedades importadas. Normalmente al negro se le dice “moreno” o “prieto” aquí, nunca “negro”, para no ofender; y al que está mezclado como los mulatos y mestizos, son los que complican las denominaciones por las combinaciones posibles, y a esos se le llama “indios”, porque con el blanco o caucasiano europeo no hay confusión posible, al igual que sucede con el negro procedente en origen, en contra de su voluntad, del África subsahariana, y por lo tanto descendiente de aquellos esclavos.
En realidad las combinatorias raciales están bien estudiadas, y cada una tiene su denominación, empero, la gente no las conoce y por eso se inventan apelativos que pueden resultar hasta graciosos, tales como: indio-claro, indio-oscuro, indio-jabao, indio-café con leche, indio-melao, moreno-lavado, prieto retinto, prieto de ojos verdes, negro- azul marino, prieto-morao, moreno-morao, negrita-saltapatrá, blanquito con cara de prieto, blanquito-jabao, morenita tirando a indio…y así hasta el infinito. Algunos de estos apelativos, incluso, aparecen en los documentos de identidad.
Lo curioso resulta cuando dos negros se insultan, ya que lo primero que se dicen es: “maldito negro”. Sin embargo, cuando su mujer le dice cariñosamente “mi negro” al marido, no se ofende; de idéntica forma ocurre en los casos en que al padre se le llame “viejo”, ya que en ambos ejemplos son términos que expresan ternura y cariño.
Lo que sí es un insulto visual, es tener el pelo “malo” (rizado o encrespado), en contraposición al pelo “bueno” (lacio o liso), como si los cabellos tuviesen un comportamiento humano o fueran culpables de algo.
Otra particularidad dominicana en cuanto a nombres se refiere, consiste en convertir en la práctica al apodo o mote, en otro nombre intercalado con el original, como ejemplos tenemos: Luís-Lucho-Gómez, Enrique-Kico-Rivas, Rafael-Fellito-Pérez, José-Oché-Sánchez, Victor-Vitico-Rodríguez, Teófilo-Quique-Martínez, y así por el estilo.
En mi ruta por “kilómetro”, ya la “Feria” (Centro de los Héroes) había quedado atrás, lo mismo que el “Hospital Angelita” (Hospital Robert Read), y esas edificaciones tenían el mismo porte que “el Huacal” (Edificio de Oficinas Gubernamentales), o del “Huacalito”, más modernos éstos últimos, pero con “tributarios” (intermediarios), para atender a los incautos y a los analfabetos. También, pude contemplar algunos negocios de “turcos”, oriundos no de Turquía, sino de Siria, de El Líbano, o de la etnia palestina. No obstante, pensé que eso mismo se hace en la hermana república de Cuba, donde se les llama “gallegos” a los españoles; y en la mismísima España, nos conocen como “sudacas” a los latinoamericanos, a raíz del gran éxodo que hubo sobre todo del Cono Sur de Sudamérica, provocado por el ascenso al poder de las dictaduras durante la década de los años setenta.
Le dije al “picher” (“cobrador”, ya casi en desuso el término), que me avisara en “Sancri” dónde tenía que bajarme, y al hacerlo para mí no fue ninguna sorpresa el que la mayoría de las calles estuvieran sin rotular. Después de mucho preguntar llegué, pero entonces tenía el problema de encontrar la casa “número catorce amarilla”, al lado de la “javilla” (árbol con muchas espinas en el tronco). Esa residencia evidentemente era diferente de la “catorce con galería”, o de la “catorce de dos pisos” o de la “catorce que tiene una peluquería”. Este sistema es un atraso, pero tiene la ventaja de que obliga a uno a preguntar a los demás, y puede servir para hacer amistades al tener que iniciar la conversación. Esa forma no está prevista en el libro de “Cómo Ganar Amigos” de Dale Carnegie.
Perdido como estaba, y después de mucho sudar bajo el abrasante sol tropical, y de reflexionar mucho, y ponderar la situación, me juré a mí mismo que la próxima vez que me suba a una “guagua” (autobús), será en una “voladora” que hace el recorrido: “Dualte con Parí-Venezuela-Lo Mina-Mameye-Coco-Farallone-Cacata, donde lo sombre pican y la mujere matan”. (Traducción: Duarte con París-Venezuela-Los Mina-Mameyes-Coco-Farallones-Cacata, donde los hombres pican y las mujeres matan).