Son escasos los reconocimientos que en nuestra sociedad suelen hacerse a los funcionarios probos que cumplen con su deber. Generalmente se dice que “para eso es que les pagan”, sin tomarse en cuenta el riesgo personal que para algunos supone asumir tremendas responsabilidades, como la de aquellos Generales que velan por el mantenimiento del orden público, protegen nuestra frontera o combaten el narcotráfico.
Se que muchos críticos que se empeñan siempre en buscar la quinta pata al gato sonreirán maliciosamente, como parte de la generalizada tendencia de juzgar a todos por igual, sin hacer las pertinentes excepciones.
Hoy quiero referirme a un General que lleva los pantalones bien puestos. Se trata del presidente de la Dirección General de Control de Drogas (DNCD), Rafael Ramírez Ferreiras, a quien solo en visto en fotografías y con quien jamás he mantenido una conversación, siquiera telefònica. Esto significa que no tengo hachas que afilar en su favor, mucho menos para pedirle alguno.
Hay que tener los pantalones bien puestos y el material colgante bien blindado para hacer lo que ese hombre está haciendo en la DNCD, comenzando por mantener una constante y supervisada depuración de sus integrantes, muchos de los cuales eran fichas infiltradas de los narcotraficantes o consumidores de drogas y otras sustancias prohibidas, lo que equivalía a poner la Iglesia en manos de Lutero, como se dice popularmente.
Las redadas a nivel nacional para tratar de eliminar miles de puntos de distribución de drogas, junto al descubrimiento de millonarios contrabandos procedentes de Colombia, Haití y otros países vecinos, para llevarla a los Estados Unidos, hablan del coraje del Mayor General Ramírez Ferreiras y sus hombres para combatir el narcotráfico. En muchas ocasiones, los miembros de la DNCD han sido recibidos a tiros, incluso con bajas lamentables, por narcotraficantes que en muchos pueblos se han convertido en verdaderas amenazas para la sociedad.
Supongo, probablemente con razón, que un hombre como Ramírez Ferreiras no tiene ningún tipo de privacidad, pues en cualquier sitio que esté necesariamente debe estar protegido por guardaespaldas, igual que su familia, que en casos como este se ven incluso privadas de ir a una playa pública o a algún espectáculo popular abierto. Supongo también que hasta para ir a un culto religioso tienen todos que acogerse a estrictas medidas de seguridad.
Me pregunto: ¿Es eso una vida normal? No, pero hombres de ese temple han escogido el difícil camino del cumplimiento del deber, en lugar de buscar la vía más fácil, que sería por ejemplo la de gestionar otro cargo menos comprometedor o solicitar su baja y disfrutar de una pensión apropiada, con todos los privilegios de que disfrutan los Generales retirados, sin tantos compromisos.
Pero, contrario a eso, el presidente de la DNCD asume plenamente sus responsabilidades para proteger a una sociedad indefensa ante el arrollador auge del narcotráfico, que sin lugar a dudas hay que admitir que emplea procedimientos de alta gerencia para tratar de salir airoso con sus planes.
Es una lástima que en la República Dominicana no se reconozcan como se debe los méritos de los funcionarios que cumplen honestamente con su deber en beneficio de nuestra sociedad.
En ese sentido, si es que no existe, el Ilustrado Congreso Nacional debería crear la Medalla del Congreso al Mérito Ciudadano, exclusivamente en Grado de Oro, para galardonar a aquellos hombres y mujeres que la merezcan.
Pero no para otorgársela a cualquier carajete por razones políticas o de conveniencia, como ha ocurrido con la Orden de Duarte, Sánchez y Mella, el más alto reconocimiento que otorga el Poder Ejecutivo en nombre de la Nación.
No solamente el General Ramírez Ferreiras se merece un reconocimiento de ese tipo, pues hay otros Generales que, en su momento, asumieron o asumen con honor sus responsabilidades. Conozco a muchos, hoy retirados, que apenas subsisten, pues nunca hicieron uso indebido de los fondos públicos, ni abusaron del pueblo. Pero no los voy a mencionar porque correría el riesgo de excluir a algunos, lo cual no es mi propósito.
La sociedad dominicana, aquella que todavía cree en los valores éticos que nos enseñaron nuestros abuelos, debe ser justa con esos hombres que dan o han dado lo mejor de su juventud para una Patria mejor, incluso a riesgo de su propia vida.
Me parece que en el caso del General Ramírez Ferreiras, como el de muchos otros ciudadanos y funcionarios honorables, que los hay, son hombres de carácter, que como decía el escritor norteamericano Ernest Hemingway podrán ser derrotados, pero jamás destruidos.