: Las crisis de campaña no son otra cosa que episodios críticos surgidos de las contradicciones propias de un proceso político en que se supone chocan màs que candidatos y/o propuestas, estrategias que procuran el mismo objetivo: el triunfo para alcanzar el poder.
Una de las áreas más sensitivas de la estrategia de comunicación en una campaña electoral es la que tiene que ver con el manejo de crisis.
Si se enfrenta con emociones o apasionamiento, probablemente la situación de crisis –que podría ser coyuntural- se tornaría más gravosa y pudiera hasta hacer colapsar la mejor de las estrategias.
Tanto como en Operaciones, para dar la cara a las situaciones de crisis que se presentan en una campaña hay que tener la cabeza fría y el corazón caliente, como solíamos decir en aquellos círculos de estudios de las teorías políticas revolucionarias de avanzada que improvisábamos con emotividad juvenil en la clandestinidad a finales de los años 60, creyentes e ilusos promotores de aventuras osadas inspiradas en experiencias foráneas hoy derribadas por la globalización.
Las crisis de campaña no son otra cosa que episodios críticos surgidos de las contradicciones propias de un proceso político en que se supone chocan màs que candidatos y/o propuestas, estrategias que procuran el mismo objetivo: el triunfo para alcanzar el poder.
Generalmente, los candidatos no están acostumbrados a visualizar que una crisis, por pequeña e insignificante que parezca, trae dentro de sí el tornado que pudiera hasta enviar por la deriva sus aspiraciones. Nuevamente, es ahí donde han de jugar su rol los asesores y/o consultores, tantas veces despreciados por relacionados, “canchanchanes”, amigos y hasta familiares de los candidatos.
Es que la estrategia para enfrentar las situaciones de crisis no siempre son melosas. Tampoco se tornan simpáticas, ni siquiera para los propios aspirantes, que a veces temen que desde la acera de enfrente les lancen duro con mísiles para los que no tendrían respuestas.
Y los asesores y/o consultores bien que lo saben, ya que precisamente porque se les supone experiencia, frialdad y destreza para dar el frente a estos episodios es que se les busca y contrata.
José María Velasco Ibarra, expresidente ecuatoriano, solía presumir de que para alcanzar la Presidencia solamente necesitaba un balcón. Muy cierto. Dicen en Ecuador que hipnotizaba con su oratoria a las masas pero no así a los gestores de las crisis en medio de las cuales fue expulsado del poder en igual número de veces como las que triunfó en las urnas. Es un caso típico de manejo inadecuado de situaciones de crisis.
Joaquín Balaguer, del que tantas anécdotas “suenan” por ahí, recibió en el Palacio Nacional una mañana de 1975 a un vicealmirante de la Marina de Guerra que llegó hasta allí con el encargo de entregarle la renuncia conjunta de los principales jefes militares de aquel entonces. El astuto caudillo fríamente convidó al oficial a dejar la comunicación sobre el escritorio y, sin darle mayor importancia, salió en helicóptero a la lejana Línea Noroeste y encabezó un acto oficial y de contacto con la gente. Ejemplo latente de enfrentar una crisis -¡y qué crisis!- con la apariencia de no prestarle atención.
Coraje, decisión, sabiduría y madurez tiene que aplicarse cuando se presenta una situación de crisis en un proyecto político. Sin olvidar aquello –repito- de que hay que actuar con la cabeza fría y el corazón caliente.
El autor es periodista y consultor de comunicación
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