La amnistía que ha declarado el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) para los que por razones éticas abandonaron esa organización es positiva, pero insuficiente. Positiva, porque el perredeísmo necesita reencontrarse con su identidad para impulsar ese proyecto de transformación del que hoy, pese a errores, debe sentirse más que orgulloso. Quizás el término amnistía tampoco sea el mejor utilizado, pero, más que el significativo semántico, ha de repararse en su función connotativa.
El PRD no solo lideró la lucha por las libertades públicas, la independencia del Poder Judicial y el fortalecimiento de los partidos políticos, sino que en sus ejercicios del poder ha protegido como ningún otro el patrimonio público y combatido con resultados fehacientes lacras como la corrupción pública y la privada de cuello blanco. El último gran ejemplo lo ofreció la administración del agrónomo Hipólito Mejía, quien, sin embargo, también fue la causa del fraccionamiento que hoy busca superar la dirección del perredeísmo.
Bajo la candidatura presidencial y el liderazgo en construcción del ingeniero Miguel Vargas Maldonado el perredeísmo está en otra onda. Hasta en su estilo de trabajo se percibe una organización renovada, con más disciplina y criterio, diferente de esa masa dispersa que giraba en torno a los nobles ideales de su líder histórico, el doctor José Francisco Peña Gómez.
Vargas Maldonado le ha impreso el sello gerencial que lo han convertido en un empresario exitoso, pero a veces se tiene la impresión de que el PRD se ha tecnificado demasiado, olvidando el calor y contacto con las masas populares y sus que todavía forma parte de la cultura política criolla.
Ese elemento político que al parecer requiere el perredeísmo para completar su auspicioso proceso de recuperación se lo puede aportar ese ícono de su historia que es el licenciado Hatuey De Camps. Más que la filosofía, lo que impulsa la salida de Hatuey es la estocada a los principios que Hipólito y su equipo político propinaron al perredeísmo. El tiempo le ha dado la razón cuando el propio ex gobernante ha reconocido que su aventura fue un error, aunque sin dignarse a purgar sus penas.
Entonces, en el proceso de reconciliación que se ha propuesto a través de la amnistía, no basta con el perredeísmo abrir las puertas; también, como muestra de sinceridad, tiene que hacer sacrificios políticos. Si el ex presidente Mejía y quienes lo acompañaron en la frustratoria aventura reeleccionista son un obstáculo para el proceso, pues no hay más que echarlos a un lado. No por su ejercicio del poder, dicho sea de paso con más puntos positivos que negativos, sino por el daño que hicieron a la integridad y principios de la organización.
Además de sacrificar a mucha gente, aunque sea jubilándola o a través de algún otro mecanismo, la amnistía perredeísta debería acompañarse de un programa de Gobierno creíble y viable, porque hasta el camino del infierno está rodeado de buenas intenciones. La misma realidad dice que hoy la gente piensa más en necesidades que en ideales.