Me subieron como un espiral el primer día. Sentía que me ahogaban esas serpientes, pero el segundo día, cuando noté las reacciones, me agarró una carcajada que aún llevo en el rostro. Cuánto me he reído.
El artículo “Una vida licenciosa gastada en las alcobas”, que interioriza en el alma de Madame Bovary, un personaje de la literatura francesa, originó las más variopintas reacciones y conectó las interiores del alma de algunas mujeres con las sinuosidades inhóspitas de las de Bovary. Fue publicado recientemente en el periódico El Caribe, en esta dirección:
http://www.elcaribe.com.do/articulo_caribe.aspx?id=128264&guid=AEBA5621AB6F4D61A663170F544F1152&Seccion=4
Hay quien llamó para sugerir que aludía a tal o cual persona; que se refería “a mí”; “no acepto que hables de mi prima”; “no debiste escribir eso”; “diez años que mandaste a la mierda”, “me decepcionaste”, eran reacciones en sus partes más propias; y que era una obra maestra, un artículo genial y un texto sin desperdicio, en las opiniones más sosegadas y sin perjuicios. Hay una que me pidió resarcir la memoria histórica de la Bobary. Y más de 10 se sintieron tan aludidas que removieron las límpidas aguas de su interior para expresar su enfado más furibundo.
Nada de lo que se pensó en el lado oscuro es verdad; son interpretaciones.
“Una vida licenciosa gastada en las alcobas” es simple y meramente el retrato del alma de Enma, una mujer que gastó su vida, como sugiere el artículo, de alcoba en alcoba, buscando con ello tapar los hoyos de su alma desierta.
La descripción de la vida de Emma no iba para nadie en particular, por más que se interprete. Ese texto, uno de los mejores que he escrito en mis 15 años de ejercicio periodístico, fue el primero de una serie que publicaré sobre mujeres de la historia, ficticias o reales. En ellos, analizaré las partes claras y oscuras de sus almas.
En la presentación de los artículos utilizo la imaginación, la literatura y, por supuesto, la experiencia de estos 42 años bien vividos bajo la tutela sabia de la observación y la abstracción. No puedo echarlos a un lado por más que pueda. ¿O acaso la experiencia de lecho con Rosa (nombre ficticio, déjame evitarme vainas) no puede ser expuesta en algunos de ellos para fortalecer la descripción?
En esos textos, saco de aquí y de allá, y así puedo empalmar un escenario para sacar a flote la médula interior de cada una de esas mujeres.
Madame Bovary era ella, muy particularmente ella; que nadie se lo tome a pecho. La gente se identificó tanto como este personaje, a mal o a bien, que una amiga me escribió varias veces para darme licencia de llamarla Madame Bovary, orgullosamente.
Adelanto, aquí mi próxima bomba, que “ajualà” despierte las reacciones de la anterior: la historia de una “vieja eplotá” de nombre Josefina Bonaparte, que sirvió de escalón para el ascenso imperial y los lauros históricos de “Napo”.
Insisto: el artículo de Madame Bovary no era para nadie en particular. Ni para los viejos amores ni para el que me asfixia y me arropa en cada segundo de mi existencia. A este último, que cuelgue en su alma, sin titubeo alguno, la insignia que revela la propiedad absoluta de mi corazón.