No cambian las cosas tanto. Los ricos siguen haciendo la guerra, pero son los pobres los que mueren. Es lo mismo de siempre. También continuamos con las eternas limosnas, en vez de hacer que todo el mundo pueda vivir sin recibirla, nos empeñamos en ejercer el limosneo en lugar de ejercitar el desarrollo compartido. Ya me gustaría que los centros sociales pusiesen el cartel: “cerrado porque no hay pobres”. La realidad es muy distinta, a pesar de que cada día son más las instituciones dispuestas a amparar el desamparo, todas se quedan pequeñas para dar cobijo y posada, al aluvión de hambrientos e indigentes. Mientras España protagoniza desde hace más de una década una etapa de crecimiento espectacular, las bolsas de pobreza en absoluto menguan. Lejos de crecer, el salario del español currante pierde poder adquisitivo. Por el contrario, los beneficios empresariales se multiplican, sobre todo la Banca. En vista de lo visto, uno se pregunta: ¿En qué luna viven los sindicatos obreros que no se dejan oír ni ver? La situación es para preocuparse. Y, sobre todo, para ocuparse en poner remedio. Somos de los treinta países miembros de la OCDE, el país en el que los salarios obreros siguen a la baja.
La tarjeta de crédito es el haber de los pobres. Lo que implica un mayor endeudamiento del pueblo obrero que se mueve entre la asfixia y la falta de libertad. La cantinela de que España es un paraíso, donde todo el que quiere trabaja, tiene sus matices. No es verdad, si hablamos de un trabajo decente, así de claro. Cada día proliferan más los trabajos indecentes, mal pagados y sin protección alguna. Se puede malvivir, callando mucho y tragando más. Tampoco me sirve que el retroceso del salario medio sea debido a la entrada en el mercado laboral de muchos peticionarios, cuando es un derecho y un deber a proteger. El artículo treinta y cinco de la constitución no da pie a la exclusión, incluye a todos los españoles en el deber de trabajar y en el derecho a un trabajo digno, con la consecuente remuneración suficiente para satisfacer necesidades de familia. Por desgracia, la crecida de empleos precarios y con sueldos a ras de suelo, sin futuro alguno, están a la orden del día. O lo tomas o lo dejas. Esto es lo que hay. Qué castigo.
Lo que escasea son trabajos que den estabilidad familiar y desarrollo personal, justicia e igualdad de género. Algo que es fundamental para reducir la pobreza. Sin duda, para romper el ciclo de la exclusión es necesario producir nuevos entusiasmos y dar nuevas oportunidades. Precisamente, la OIT anima a los gobiernos y a las organizaciones internacionales a respetar las opiniones de la gente pobre y a diseñar soluciones a la medida en vez de otras de “talla única”. Las personas en condiciones de precariedad, ahogadas por las deudas que los tiempos actuales imponen, sin el apoyo ni la posibilidad de ascender por la escalera de las buenas coyunturas, se mueren en la desesperación. La lentitud con la cual se genera trabajo decente en nuestro país hace perder los nervios y la esperanza a cualquiera. Pienso que una mayor coordinación entre administraciones, patronales y sindicatos, así como una mayor coherencia y compromiso político hacia los más desprotegidos, sería lo suyo, si queremos avanzar todos a una. A mi juicio, necesitamos abordar esa desconexión que existe entre el crecimiento económico del país y el decrecimiento en la economía de familias, incapaces de llegar a final de mes para cubrir sus necesidades más básicas.
En todo caso, rubrico lo que el economista escocés y filósofo, Adam Smith, dijo: “No puede haber una sociedad floreciente y feliz cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y desdichados”. Uno de los motivos de esta desdicha está en la vida laboral del obrero, que lejos de ser liberadora su actividad, de vez en cuando se convierte en un verdadero sufrimiento. Para poder sobrevivir, no pocos trabajadores españoles necesitan hacerlo, aún a sabiendas de que son explotados, por supuesto sin capacidad alguna para organizar su propio curro y mucho menos con derecho a quejarse. ¿Habrá tormento mayor que, durante la jornada laboral, uno tenga que renunciar a ser dueño de sí mismo por unos euros? La mitad de las depresiones tienen esta causa. Lo cierto es que hemos asumido una cultura, o nos la han hecho tragar con ruedas de molino, donde lo que me menos se valora es la persona humana. Todo lo que no produce como se espera, en esta galopante y enfermiza maquinaria empresarial, se le relega sin miramiento alguno, pasando a engrosar las listas de los pobres de hoy en día.
En este mundo de capitales mal repartidos, pensamos que buscar el interés de cada uno es lo que nos acomoda; que lo vital es revitalizarse con el consumo; que lo más sensato es despreocuparse de cómo se organiza la sociedad aunque los que la dirigen nos desorganicen como personas humanas y lo hagan a su beneficio; que el trabajo hay que aguantarse con lo que le venga a uno; que hay que dejarse ser competitivos y explotados no vayan a ponernos de patitas en la calle…; y así vamos como vamos, de mal en peor. Sin embargo, lo más saludable para todos, sería plantarse. Lo de hoy por ti y mañana por mí, tiene su fundamento y razón de vida.
Para vivir humanamente y crecer de verdad como personas, se precisan otros cultivos. Hace tiempo que precisamos de otras políticas, de otros valores más justos y verdaderos, de otras formas de pensar y de otros guías. En ocasiones se tiene más necesidad de respeto que de pan. Acto seguido hay que destapar la economía sumergida, que el trabajo es para la vida, no para ser un esclavo sin derechos. Nada ha de estar por encima de las personas humanas por muy pobre que uno sea. Además, todos nos merecemos una segunda oportunidad para descubrir lo que uno tiene dentro. En todo caso, el deber de trabajar y el derecho al trabajo que debiera ser un título natural, con más frecuencia de la debida, se desnaturaliza: por mayoría absoluta de los corruptos y por mayoría simple de los pasotas dirigentes. Qué pena de Estatuto.
Víctor Corcoba Herrero
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