Tan primitivo como pernicioso es el recurso de ofrecer a la gente conquistas y metas que de antemano se saben inalcanzables, toda vez que ello convierte al ofertante más en demagogo que en aspirante. Casi como tradición, en toda campaña electoral abundan las ilusiones: Las que venden los candidatos por obtener el favor de los votantes, las que se hacen los electores escuchando las ofertas de los candidatos y las que transforman a los aspirantes en ilusos.
Como recurso para buscar adhesiones, es válida y legítima la venta de ilusiones de parte de los candidatos, ya que no se puede obviar la realidad de que en cada torneo electoral la gente persigue mejores y mayores estadios de bonanza y progreso, siempre vistos desde la óptica muy particular de cada quien. ¡Y qué mejor manera de atraerse votantes que ofreciéndoles lo que ellos anhelan!.
En cuanto a las ilusiones que se hacen los electores por las ofertas de los aspirantes, vale decir que es una manifestación sociológica de espontaneidad como respuesta a la efectividad de los mensajes del candidato. A ofertas brindadas con mejores mensajes, mayor suma de adhesiones.
Y las que transforman a los aspirantes en ilusos son aquellas que surgen de la emotividad, cuando erráticamente las apreciaciones y estimaciones de los candidatos y/o sus equipos están muy alejadas de la realidad. Vale decir, cuando en la percepción estratégica del aspirante o candidato todo anda o pinta bien mientras sobre el terreno las cosas van de mal en peor.
Tan primitivo como pernicioso es el recurso de ofrecer a la gente conquistas y metas que de antemano se saben inalcanzables, toda vez que ello convierte al ofertante más en demagogo que en aspirante.
Ingenuo y razonable es, en cambio, que el elector se forje ilusiones de lo que le ofrecen quienes aspiran a ser beneficiarios de su sufragio por cuanto y tanto ya hemos señalado que se trata de viandas válida y legítimamente brindadas al votante. De su sentido común y raciocinio dependerá su decisión.
Y como de aspirantes y candidatos ilusos están llenos las campañas, nunca faltan los que se creen predestinados o mesiánicos, que nunca se preparan para perder, y si son derrotados -sea en contienda interna o externa- no hay alegato más recurrente que el de “me hicieron fraude”. Son apegados fieles a aquello de “yo, o que entre el mar”.
*El autor es periodista y consultor de comunicación
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