Se ha demostrado que la frase "morir de miedo" no es una simple hipérbole (recurso sémico que aumenta o exagera la realidad), ni una metáfora (una comparación instantánea o intuitiva), sino un fenómeno en el cual la muerte tiene lugar como consecuencia del pánico, especialmente ante catástrofes y otras situaciones de extremo peligro.
Mientras que el temor corriente y ordinario actúa sobre el sistema nervioso parasimpático y provoca únicamente una serie de reacciones fisiológicas bien conocidas por todos: sudoración, ansiedad, aumento de la presión sanguínea, etc.), el miedo mortal afecta el sistema nervioso simpático y ocasiona un inervación tan violenta en el corazón que puede originar un daño irreversible.
Cuando un hombre se enfrenta a una amenaza muy seria todos los sentidos se disparan de forma automática, para reunir la máxima información posible sobre la situación en la que se encuentra y poder hacerle frente. En esos momentos pueden activarse complejos encefálicos vecinos, como son una serie de conjuntos de células llamadas secundarias, cuya utilidad exacta todavía no se conoce pero se sabe que suelen permanecer inactivas mientras otros sentidos funcionan normalmente,
Ante un temor excesivo o una cólera descomunal, pese a que se bloquean todas las sensaciones, el individuo puede percibir el peligro con una agudeza superior a la normal y en algunas ocasiones se den auténticos fenómenos de clarividencia. Este cambio brusco en el nivel de conciencia habitual tiene intensas implicaciones fisiológicas que en algunos casos facilitan la defensa pero en otros pueden ser fatales para el organismo y tener consecuencias mortales.