LA HABANA, 16 jul (IPS/IFEJ ) – En el Gran Caribe habitan un cuarto de los mamíferos marinos del planeta, pero se sabe poco sobre su estado de conservación, alertan expertos.
La creciente explotación de los recursos costeros, la degradación del hábitat, la pesca accidental, la contaminación, las alteraciones acústicas y el turismo son amenazas fundamentales para estos animales en el Gran Caribe, que abarca el golfo de México, el mar Caribe y el océano Atlántico adyacente, explicó en una entrevista la bióloga marina Nathalie Ward, directora de la Red de Cetáceos del Caribe Oriental (ECCN por sus siglas en inglés).
"Hay razones para preocuparse" pues "en muchos países existe poca información sobre las necesidades biológicas y de conservación" de estas especies, añadió.
El efecto más devastador corresponde a los accidentes con las redes de pesca, que cada año matan unos 300.000 cetáceos en el mundo, entre ballenas, delfines y marsopas, una cantidad muy superior a la de los ejemplares que mueren por capturas intencionales, colisiones con barcos o la acción predadora de los tiburones.
Sin embargo, según Ward, en el Gran Caribe resulta difícil obtener estimaciones relevantes sobre este factor, "especialmente en lugares donde la pesca a pequeña escala o con medios artesanales ocasiona una alta proporción de estos accidentes".
Para Ward es fundamental el respaldo de los centros de toma de decisiones y del público en general para establecer medidas que atenúen el efecto de las capturas no deliberadas, por encima de otras acciones específicas de carácter técnico, como la modificación de los trasmallos para evitar que los animales queden atrapados en las redes.
Un ejemplo alentador es un proyecto quinquenal suscrito en 2005 por Colombia, Costa Rica, Cuba, Guatemala, México, Suriname, Trinidad y Tobago y Venezuela con la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), dirigido a reducir las capturas accidentales en la pesca de arrastre del camarón.
El entorno marino y costero del Gran Caribe está expuesto a los efectos nocivos del desarrollo de los litorales. La contaminación por pesticidas y residuos agrícolas, derrame de hidrocarburos y vertimiento de desechos de los buques, así como el cambio climático amenazan los ecosistemas.
La mayoría de los países caribeños ejecutan prácticas para contrarrestar estos problemas, como evaluar el impacto ambiental y crear áreas protegidas, un elemento decisivo a largo plazo, implementado bajo el Protocolo Relativo a las Áreas y Vida Silvestre Especialmente Protegidas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
"Acciones de conservación como el establecimiento (en 2006) de una alianza entre el Santuario de Mamíferos Marinos de República Dominicana y el Santuario Marino Nacional de Stellwagen Bank (situado en la estadounidense bahía de Massachussets) ofrecen una prometedora solución para el manejo de las especies marinas migratorias", afirmó Ward.
Estas dos áreas, a más de 3.000 kilómetros de distancia entre sí, protegen unas 900 ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae), que habitan en la reserva estadounidense de abril a diciembre y luego viajan a latitudes más bajas, incluyendo aguas dominicanas, donde se reproducen.
La asociación entre ambos santuarios, primera iniciativa para preservar mamíferos marinos en peligro que cubre zonas geográficas extremas de la migración anual, implica controles e investigaciones conjuntas, colaboración educativa y construcción de infraestructura científica.
Los mamíferos marinos constituyen un importante atractivo turístico, por su carisma e inteligencia. Aunque su avistamiento traería beneficios económicos a gobiernos y comunidades, el tráfico marítimo puede afectar su reproducción, alimentación y socialización.
"En muchas zonas costeras, el auge turístico puede destruir o marginar el hábitat de los mamíferos marinos y sus presas, por el incremento incontrolado de la actividad naval, el inadecuado tratamiento de las aguas residuales y el aumento de la pesca, entre otros factores", aseveró Ward.
A juicio de la bióloga, el compromiso del sector privado y las instituciones turísticas regionales con los programas de conservación sería determinante para promover mejores prácticas y respaldar estudios sobre la biología de estas especies.
Con la expansión de la industria turística caribeña, aumentan las oportunidades de interacción con los delfines, señaló Courtney Vail, representante para América del Norte y el Caribe de la no gubernamental Sociedad para la Conservación de Ballenas y Delfines, con sede en Londres.
"Menos de cinco a 10 por ciento de los zoológicos y acuarios participan de programas importantes de conservación. El monto dedicado a esos programas es apenas una fracción de los ingresos generados por esas instalaciones", aseguró Vail al ser entrevistado.
Vail desestimó los presuntos beneficios educativos de la simple exhibición o interacción con los delfines. "Los parques acuáticos y acuarios nunca evaluaron objetivamente el impacto y efectividad de sus programas", observó.
"Las evidencias científicas indican que los cetáceos en cautiverio sufren estrés físico y mental extremo, que se manifiesta en agresiones entre ellos y hacia los humanos, aburrimiento, menor esperanza de vida y mayor mortalidad infantil que en la vida silvestre", destacó.
* Este artículo es parte de una serie sobre desarrollo sustentable producida en conjunto por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales). Publicado originalmente el 14 de julio por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica. (FIN/2007)