Barcelona.- La semana pasada mientras bajaba las escaleras para tomar el Metro, vi que había un bulto de mano abandonado en el vestíbulo. Estaba justo donde se pasa el ticket para cruzar. Mi primera reacción –involuntaria- fue salir corriendo. De hecho casi lo hice escaleras abajo hasta llegar al andén.
Una vez estuve a “salvo”, mientras esperaba el tren, reflexionaba sobre lo sucedido. No sabía si había sido un acto de prudencia o una exageración.
En cualquier caso, algo actúo aceleradamente en mi interior que me hizo reaccionar de aquella manera.
Antes de los trágicos atentados de Madrid, ocurridos 11 de marzo de 2004, mi reacción habría sido otra.
Revisando en mi memoria recordé varios acontecimiento similares como el que me acababa de suceder. Recuerdo que en varias ocasiones desalojaron trenes en más de una línea de Metro porque algún despistados había olvidado una mochila en uno de los vagones.
Realmente la crisis y la ansiedad post-atentado que se respiraba en todo Madrid llegaba hasta tal punto que una simple mochila tumbada debajo de un asiento era capaz de provocar una “reacción neurótica” en cadena y convocar las fuerzas de seguridad ipso facto.
Los atentados de Madrid dejaron casi doscientos muertos, unos mil heridos y probablemente varios miles de afectados emocionalmente. Tres años después de los atentados, bajando unas escaleras en otra ciudad a más de 600 kilómetros de distancia me he tenido que preguntar, ¿habrán germinado en mi interior las “células paranoicas" del 11M?
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