Son muchas las señales ominosas, que, por la crisis moral que corroe la sociedad, no han generado las debidas respuestas de las instancias más llamadas a enfrentarlas. La indiferencia ha significado una carta de ruta para que síntomas tan perniciosos como la intolerancia hagan metástasis en gremios y entes de la sociedad civil que en una época libraron las más arduas y hermosas batallas a favor de la pluralidad y la ética.
Como si se tratara de una cortina de humo para ocultar ambiciones e incompetencias, desconcierta hasta el rumor de que conquistas tan valiosas puedan estar amenazadas hoy por la intolerancia, el oportunismo y ambiciones de poder. Se habla, verbigracia, de que el Colegio de Ingenieros, Arquitectos y Agrimensores (Codia) se ha planteado sancionar al geólogo Osiris de León por los cuestionamientos que ha formulado a la construcción del Metro.
De verdad que es insólito que, en tiempos que se suponen de transparencia y participación, una entidad que enarboló la bandera contra el grado a grado y que promovió la ética profesional opte por erigirse en censora del pensamiento a contrapelo de su rol de velar para que en cualquier obra, pública o privada, se cumpla con las normas.
La infame persecución de que sería víctima el geólogo alude a comités de vigilancia que con distintos ropajes han fomentado dictaduras para usurpar el poder. Después del montaje burdo de una comisión integrada por funcionarios públicos, titulados como ingenieros, para refutar los argumentos de De León, el Codia terminó de cavar su tumba y ahora ha optado por el réquiem.
Para que nadie se confunda, de lo que se trata no es de que el Metro sea o no necesario, sino de que desde la misma sociedad civil se persiga a un profesional porque objete o disienta del procedimiento técnico-legal para construirlo, o de la misma obra en sí. Pero si el Codia envía una ominosa señal con el caso del geólogo, un profesional que merece estar en el altar por jugarse su suerte en defensa de la ética, el conflicto en la Academia de Ciencias de República Dominicana por la suspicaz expulsión de la urbanista Amparo Chantada acentúa la nota de inquietud y desconcierto sobre el camino que trilla la sociedad.
Se trata de coincidencias infelices, que reflejan o presagian un deterioro de espacios democráticos que mucha sangre han costado al pueblo dominicano. Deja mucho que desear que sea precisamente ahora, cuando la doctora Chantada ha brillado en movimientos sociales contra el poder político, que se haya sacado el expediente que la tipifica como indisciplinada e irrespetuosa de las sacras normas de la Academia.
Quizás su temperamento no sea tan dócil y manipulable por las circunstancias, pero, en honor a la verdad, la entidad debe honrarse de contar con una profesional no sólo vertical y de probada capacidad, sino que ha realizado valiosos aportes al desarrollo desde que llegó y se abrazó a esta tierra.
Aunque excluyo al doctor Moreno Ceballos de cualquier trama, la imagen de la Academia ha quedado muy maltrecha en el conflicto sobre Chantada. Más con el bochornoso antecedente del Codia.