Un informe rendido por el presidente de la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD), Rafael Ramírez Ferreira, dice que en el país el 88 por ciento de las personas arrestadas por el porte de sustancias de esta naturaleza tienen menos de 40 años de edad.
Señala el valiente general (anda siempre sin escoltas y habla con claridad y mucha responsabilidad) que de 14, 023 arrestados, doce mil 396 no llegan a los 40 años y de ellos, 631 (el 4%) no han cumplido los 17 años; un 38% de los detenidos tiene entre 18 a 25 años.
Desde que ocupó el puesto en la DNCD, el general Ramírez Ferreira se ha convertido en un apóstol, un protector, una especie de Quijote, de la sociedad y ha mantenido un discurso coherente en procura de concitar la unidad de los dominicanos en la lucha contra las drogas. Muchos los escuchan, pero pocos se animan a ayudarlo.
El de las drogas, no sólo es un problema del organismo que él dirige ni de Hogares Crea ni del Gobierno. Es un compromiso de la comunidad completa. Desafortunadamente, todo se lo dejan al Gobierno.
Las cifras señaladas en párrafos anteriores son escalofriantes. Es una evidencia de que cada día nuestra juventud es seducida por los que ganan fortunas inmensas vendiendo sustancias prohibidas por la Ley 50-88.
A diario vemos jóvenes conduciendo vehículos lujosos, con excelente música. Regularmente andan bien vestidos, en grupos de tres, acompañados de hermosas mujeres de bebidas caras. Son muchachos que provienen de hogares pobres, que trabajan como “mulas” o intermediarios del narcotráfico. Sus rostros enjutos nos indican de inmediato que no tienen talla de ricos ni de herederos, de ahí el contraste entre las “máquinas” que conducen y sus características físicas.
El afán de hacer fortuna por esta vía los conduce a convertirse en matones por encargo, en consumidores de narcóticos y en constructores de “puntos de ventas” controlados por peligrosas bandas. El arte de la buena vida, sin mucho esfuerzo, los ha conducido a convertirse en homicidas y en víctimas del consumo, al mismo tiempo. Las responsabilidades puestas a su cargo los obligan a ser severos, duros, hasta con sus propios amigos. Si tienen que matar a un pariente o a un amigo que atente contra sus intereses, lo harán sin ningún titubeo.
En el mundo de las drogas se gana dinero rápido, pero no muy fácil. Se corren riesgos al entrar al negocio, pues cualquier error puede costarles la vida. Es decir, la traición, el engaño, se pagan con muerte. Por eso, aquellos que dan “tumbes” (que se van con la droga entregada para la venta o distribución) son perseguidos dondequiera que van y ejecutados como cerdos. Son los asesinatos por encargos, tarea bien pagada y concedida a personas diestras en ese oficio, que también rastrean a los que cogen dinero o droga prestada y luego no pagan. Lo que quiero significar es que en esos negocios es fácil entrar y difícil salir.
Muchos padres saben que sus hijos están metidos en droga, pero no hacen nada por evitarlo. Les temen a sus vástagos. Algunos progenitores se benefician de las acciones ilícitas de sus hijos al aceptar prebendas metálicas (dinero) o inmobiliarias (compras de casas, muebles, pasolas y otros). Son cómplices por omisión. Otros les temen a sus vástagos y prefieren callar. Luego tienen que llorarlos como “buenos hijos” y sepultarlos como héroes a ritmo de la música reguetón o la salsa, el alcohol, o en medio de disparos de armas de grueso calibre.
Las plegarias del titular de la DNCD deben escucharse y razonarse. Es una preocupación que debe alcanzar la sensibilidad de todos. Mantenerse indiferente ante el problema no es lo más correcto. No continuemos atribuyendo el problema a la descomposición social (es muy fácil expresarlo así), mientras nuestra juventud se pierde a bordo de un tranvía descarriado en busca de un medio de vida más cómodo.
El general Ramírez Ferreira (a quien no conozco en persona) está asumiendo el rol del padre que trata de preservar la vida de los hijos, de las garras de este terrible flagelo que cada día penetra con fuerza en la mente de los jóvenes. Pero lo están dejando solo. Más que un militar, él defiende con gallardía, como debiera hacerlo todo civil, la higiene moral de la familia al advertir, con justa razón, que la sociedad dominicana corre el riesgo “de ser dirigida por los drogadictos”. De hecho, ya lo está pues son muchos los consumidores de estupefacientes, incluso existen en todas las generaciones de todos los estamentos sociales. Sin embargo, aún tenemos tiempo de salvar a la familia de este tsunami prohibido.
Al medir las consecuencias por la indiferencia, de la irresponsabilidad de la sociedad dominicana ante este fenómeno, no lloremos luego como mujeres lo que pudimos haber enfrentado como hombres.