A todos nos toca el turno de estar acompañado de la soledad.
Culpable o inocente, a mí al parecer me ha llegado el turno.
La soledad la siento intermitente. Llega y se va. Se aleja y se acerca.
Lo interesante es que en ella uno se acompaña así mismo.
En la soledad uno no está solo, conversa con uno mismo. Se reprocha por lo malo o bueno que ha hecho. ¡Que Franca y severa es la soledad!
En la soledad se dialoga con los ausentes como si estuvieran presentes.
La soledad es mágica, porque enseña a uno a vivir rodeado de nada.
Y uno siempre sabe que lo ausente hace falta, pero las circunstancias hacen que uno valore la soledad.
De repente uno confía en que una compañía llegará, pero la vida misma le dice a uno que es preferible la soledad.
Ahí la soledad se erige de nuevo en reina.
Hay que acogerse a ella. Rendirle culto, reverenciarla, entenderla y mimarla como una solución para quien no merece tener compañía.
En la soledad uno vive del recuerdo de aquellos días de sueños. Uno vive del recuerdo de lo que tuvo y deseó tener. Igual, vive de lo que no logró en la vida y de lo logrado y que ha comenzado a perder.
Quedar solo es una maldición, eso exclusivamente, si no aparece la fiel y eterna soledad.
La soledad no te abandona a tu suerte, no se confunde en los detalles, no te traiciona ni un instante. No te cambia por otro. No te convierte en relleno de nada, ni te otorga roles secundarios. Para ella, eres lo importante, lo principal; eres quien merece ser. Ella es una compañera fiel a tus sentimientos.
Gracias a Ricardo Arjona por darnos la hermosa canción “Acompáñame a estar solo”.
Y a Calle Quimera, que en su blogger nos hace una Invitación a la Soledad, y en uno de sus párrafos nos dice:
Si la soledad va a ser mi compañera dile que quiero hablar con ella,
que quiero ver sus ojos, y también su alma, si me deja…
Que no le daré dolor, que yo no soy de fuego, que yo no duelo, que yo no quemo…
Dame un beso, soledad, que quiero liberar mi llanto, déjame ver tu misterio, y vestirlo de blanco.