Balearon a Javier y lo dejaron lisiado. Y para justificar el exceso de aquel trágico viernes santo, le inventaron una culpa. Ahora, con apenas 26 años, con un hijo de tres y con una esposa embarazada de seis meses que no tiene ni siquiera el pasaje para ir a juntarse con él, y además, con un intento de desacreditarlo para acomodarle la vida a la patrulla agresora, su vida está tronchada.
Según los despachos de prensa, a Javier lo lisiaron los agentes del proyecto Barrio Seguro, los mismos que salen en los diarios y en la televisión, con la camisa arremangada y los molleros afuera, haciendo el aguaje de que están venciendo a la delincuencia, cuando en realidad, la delincuencia los está venciendo a ellos.
A pesar de toda la evidencia que le han presentado, a pesar de toda la información que, por más de una vía, le ha hecho llegar la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, y a pesar de que hay un país entero esperando las "acciones ejemplarizadoras" que prometió aquella tarde en que habló por teléfono con el mismo Javier, el general Bernardo Santana, jefe de la policía, está dando vueltas y más vueltas. Es evidente que no quiere proceder. Con sus cabriolas, está jugando al tiempo y al olvido.
Javier está inválido por culpa de sus hombres, General. Y da la impresión de que en el juego que usted está jugando, en ese juego de tiempo y olvido, se ha olvidado que hay un joven postrado sin remedio en una cama, que fue abatido en medio de la noche, sin posibilidad de pararse de nuevo a manejar su camioneta para vender plátanos porque sus hombres lo lisiaron y le cambiaron la vida. Y lo hicieron con saña y alevosía, y con la precisión escalofriante y sangrienta que alguien le enseñó en una academia.
Si usted va a permitir que sus hombres impongan la ley del gatillo y a dejar que el mundo dependa de sus pistolas, si va a dejar que la pólvora se riegue por las calles y que los agentes tengan un tribunal en sus cartucheras, hágalo General, pero sepa que hay un pueblo entero mirándolo y observando su condescendencia con los victimarios de Javier.
El teniente Eudi Rojas García, el cabo Miguel Estévez y el raso Franklin Cuevas Mosquea –los agentes que integraban la patrulla que el 6 de abril ametralló a Javier- son tres asesinos a sueldo porque, aunque lo dejaron respirando, lo asesinaron de muchas maneras. Le troncharon los sueños que un día salió a soñar a la ciudad, y con él mataron a la sociedad de un disparo en la rodilla. Y también a ella – a la sociedad- le ametrallaron su camioneta y le inutilizaron los sueños. Y le cerraron un camino al futuro a mucha gente que se parece a Javier porque sus anhelos son del tamaño de los anhelos de él, y le pusieron miedo en el corazón. Y también mataron a la policía porque la condenaron a seguir siendo parte del pasado y de la sangre, a ser prehistoria y a ser abominación, y le mataron de un solo golpe toda la retórica que usted utiliza todos los días en los noticiarios de la tarde. En Javier, General, sus hombres nos han matado a todos.
No permita, General, que en sus manos esta democracia que está tuberculosa y que ya tiene un balazo en la rodilla y una camioneta agujereada a tiros, sea menos democrática de lo que ya es. Hay un país entero observándolo, General. Y usted está perdiendo la batalla en la que siempre fue un combatiente de primera línea: la batalla de las relaciones públicas.