Mis hijas,
que son tres, Diana, Michelle Y Liona,
no habrán de saber,
que el padre alegre que tuvieron,
que ellas hicieron feliz,
fue en vida un hombre triste;
Mis hijas,
que son tres, Diana, Michelle Y Liona,
no habrán de saber,
que el padre alegre que tuvieron,
que ellas hicieron feliz,
fue en vida un hombre triste;
Más,
mis hijas no deberán enterarse,
salvo que un intruso se lo cuente,
que fui en vida un hombre débil,
que simuló ante ellas ser un padre fuerte;
Un mal esposo fui, un hijo deplorable,
un amigo solitario, y ellas lo saben,
pero ante Diana,
que fue la primera que a mi lado nació,
siempre mostré un rostro alegre;
Ella me imaginaba llorar,
y yo le contestaba hablándole,
de su hermanita mayor, Arlette,
“Michelle, papi, se llama Michelle”,
me replicaba con su vocecita en ciernes;
De hecho,
mis hijas me han hecho feliz,
llenando en parte el vacío,
de mis otros amores…
el gran amor por el que luché,
y perdí tantas veces recuperé,
habiéndolo ganado en buena lid;
Mis hijas habrán de recordarme,
no como el Mago de Oz
sino como el sonajero Brick,
bailoteándole sobre la cama
o tarareándole ante el volante
Liona la pequeña, pidiéndome
que la use como delantal a todas horas,
casi exigiéndome que la lleve a todas partes,
que le busque a Michelle para divertirse
con ella, peleándose;
Como no tuve vocación
para ofrecerles una familia,
¡el tiempo se me hizo tarde!
yo seré para ellas
una imaginación reconfortante,
el viento que brama en circunloquio por no alejarse,
una ilusión que se va y vuelve;
Cual frenesí de agua helada,
y un reclamo de la sangre,
mi recuerdo habrá de reunirlas;
ellas habrán de buscarse,
sin saber que una fuerza mayor las hala
convergerán en el compromiso que las une,
se juntarán aquí y allá, no importa el lugar
ni la distancia en donde se encuentren,
se llamarán, y su voz será Eco por los aires,
y las escucharé mencionar mi nombre,
con aquel metal de voz de las tres
que se confundía al llamarme papá o papi;
Si es verdad que el espíritu no muere,
tras consumida la carne
cuando mis huesos ya no respiren,
por vivir aprisionado bajo las pesadas pirámides,
un hálito de mí quedará perenne
para protegerlas,
para alejar de ellas la herencia triste de su padre
y velar como alma en filo, cual fiera rugiente
para hacerle la vida feliz.