El célebre escritor alemán Bertold Brecht escribió: "Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles". Probablemente El Men sea uno de esos últimos hombres, es decir, de los "que luchan toda la vida", de "los imprescindibles".
Con más de 80 años de edad, como el Guayacán, El Men no se doblega, no se rinde, no permite que lo hagan leña.
En el libro "Poemas de Otros", del uruguayo Mario Benedetti, encontramos el poema "hombre preso que mira a su hijo" donde habla de la dignidad y el decoro de los que no se entregan, de los que prefieren la muerte a la traición, porque es la única manera de poder seguir viviendo.
Leo a Benedetti y recuerdo al Men.
"una cosa es morirse de dolor/ y otra cosa morirse de vergüenza".
El Men ha preferido morirse de dolor y no que lo mate la vergüenza de andar como un mendigo de la política o como un pordiosero que cansado de vivir en la pobreza se lanza en brazos del poder para acumular riquezas a cambio de la pobreza de su pueblo.
"…uno no siempre hace lo que quiere / pero tiene el derecho de no hacer/ lo que no quiere".
El poeta no conoce, ni conocerá al Men. No es preciso conocerlo. En este hemisferio todavía hay muchos hombres como El Men. En Uruguay uno de cada cinco ciudadanos fue a la cárcel y terriblemente torturado durante la dictadura militar. Es la misma historia aquí y allá. Por eso, cuando Benedetti dice que "un torturador no se redime suicidándose, pero algo es algo" es porque sabe el dolor, tanto físico como espiritual, que dejó en América aquella época imborrable de apresamientos y asesinatos masivos patrocinados por Estados Unidos.
El Men, como aquel hombre preso que miraba a su hijo en Uruguay, también jugó "a la escondida y si te descubrían te mataban", y jugó "a la mancha, y era de sangre".
El sobrenombre de "El Men" lo escucho desde que era muchacho, cuando militaba en la Línea Roja del 14 de Junio a comienzo de los años 70. Supe que se llamaba Jorge Puello Soriano muchos años después, cuando ya había terminado la época clandestina. Lo conocí en la redacción de El Nacional donde acudía frecuentemente a vender los zapatos que hacía a la medida. ¡Nunca le compré unos zapatos! ¡No tenía yo la estatura para tener en mis pies unos zapatos hechos por El Men!
Si bien nunca compartí los métodos de lucha del Movimiento Popular Dominicano, una buena parte de sus dirigentes me provocaban mucha simpatía y respeto, aunque algunos terminaron en el zafacón de la historia junto a otros que se vendieron como ganado.
Para muchos El Men es un dinosaurio de la izquierda, un sobreviviente del paleolítico inferior del comunismo. Para mi es estandarte de dignidad y decoro, un ser humano que merece el respeto de todos los dominicanos, porque como dice El Nacional en Primera Fila del pasado lunes, "gracias a los desvelos de personas como él, la República Dominicana goza al menos de un sistema democrático".
El Men ha estado muy enfermo en los últimos años. Ha sido llevado a Cuba gracias a la solidaridad de algunos amigos. No vive en una torre de marfil, ni en una villa en Casa de Campo. No tiene millones de pesos robados al Estado.
El Men no ha sido más que un obrero, un zapatero, un proletario.
Como estableciera Carlos Marx, padre del socialismo científico, nadie se hace rico trabajando. La riqueza es el resultado de la explotación del hombre por el hombre, de la plusvalía que producen los trabajadores como El Men. Los obreros no heredan fortunas. Y pocas veces tienen la suerte de sacarse la Loto. Por lo tanto, la pobreza de El Men es el resultado de su condición de clase.
Y lo más importante, tal vez. El Men no hizo política, como muchos, para enriquecerse con la pobreza ajena, al contrario, dedicó su tiempo y sus energías en intentar crear una sociedad justa, equitativa, humana, donde las riquezas se distribuyeran entre todos, no entre unos pocos, como ocurre actualmente. Y mientras El Men, que es un patriota, un revolucionario, se extingue lentamente en la miseria, enfermo, sin los recursos para enfrentar sus problemas, vemos como algunos funcionarios se aprueban pensiones millonarias, como algunos desfalcan impunemente al Estado.
La situación de El Men es la situación de la mayoría de los dominicanos.
El abandono de El Men es el abandono del pueblo.
El Men no fue trujillista, no fue miembro de la juventud trujillista, no apoyó el golpe de Estado contra Juan Bosch, no se hizo parte del Triunvirato, no se sumó a la intervención militar norteamericana, ni fue parte del proceso contrarrevolucionario que instaló el doctor Balaguer a partir de 1966. Al contrario a los enemigos, defendió siempre las mejores causas del pueblo, poniendo en peligro, incluso, su vida.
No le pasó facturas al Estado. El Men no se vendió. No le puso precio a su dignidad. Por esas razones me inclino reverente ante El Men. Y desde este humilde rincón de El Nacional le ofrezco un abrazo de hermano y un reconocimiento a su grandeza revolucionaria, es decir, humana.
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