WASHINGTON, 17 ago (IPS) – Los pobres de las áreas rurales se beneficiarían de un auge en la extracción de biocombustibles de sus cosechas, a pesar de que eso podría desatar un encarecimiento de los alimentos y el recrudecimiento del hambre, aseguran expertos.
Para que a los pobres les toque una parte del botín de la denominada "revolución del biocombustible", deberán cambiarse las políticas y prácticas comerciales y agrícolas, advierten.
El precio de muchos productos agrícolas básicos estuvo en caída libre desde los años 70 hasta los 90, con consecuencias devastadoras para países enteros. Las cotizaciones clave se recuperaron en los últimos años, gracias, en gran medida, a la industria del biocombustible.
"El creciente uso de esos fluidos revirtió décadas de declinación de los precios agrícolas", dijo el presidente del centro de estudios ambientalista Worldwatch Institute, Christopher Flavin.
"Los agricultores de algunas de las naciones más pobres se vieron diezmados por los subsidios de Estados Unidos y la Unión Europea a cultivos como el maíz, el algodón y el azúcar. El encarecimiento actual podría permitirles vender sus cosechas a un precio decente", agregó Flavin.
Además, según el experto, los países que desarrollen industrias nacionales de biocombustible podrían comprarlo a sus propias empresas más que gastar grandes sumas en divisas para importar petróleo, producto cuyo precio se multiplicó por siete desde 1999.
De los 47 países más pobres del mundo, 38 son importadores netos de petróleo, y 24 compran a otras naciones la totalidad del que consumen.
La industria del biocombustible ayudaría a reducir el hambre y la pobreza sólo si su producción se traslada de los países ricos a los pobres, dijo el director de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Jacques Diouf.
Estados Unidos y la Unión Europea deben reducir las barreras comerciales que reducen la rentabilidad de los cultivos para biocombustibles en los países en desarrollo, según Diouf, quien llamó, además, al financiamiento a pequeña escala para que los campesinos pobres elaboren ellos mismos el fluido a nivel local.
"Estas medidas permitirían al mundo en desarrollo usar sus ventajas comparativas, como los ecosistemas y climas más adecuados para la producción de biomasa que y sus grandes reservas de tierra y trabajo", agregó.
También se requieren esfuerzos para asegurar que los estómagos no pierdan frente a los tanques de los automóviles en tiempos de cosecha, y que no peligren los bosques y selvas por la expansión de los cultivos.
La quinta parte del maíz estadounidense se está convirtiendo en combustible, no en alimento. La demanda de etanol convirtió amplias áreas de la Amazonia de Brasil en pasto de arado.
El Worldwatch Institute exhorta a dejar de utilizar los cultivos de alimentos como fuente de biocombustible y apelar a otras formas de biomasa, como los desperdicios forestales y agrícolas.
"Serán necesarias grandes reformas y desarrollo de infraestructura para asegurar que el aumento de los beneficios se dirigan a los 800 millones de desnutridos del mundo, la mayoría de los cuales viven en áreas rurales", dijo Flavin.
La desnutrición y la miseria en plantaciones de caña de azúcar otrora prósperas como las del área de Negros Occidental, en Filipinas, fueron paradigmáticos en los años 80 de la menguante prosperidad de las regiones del mundo en desarrollo dependiente de la exportación de productos básicos.
Apenas 10 por ciento de la cosecha de caña se destila en combustible de etanol, mientras el precio del azúcar ya se ha duplicado, dijo Lester Brown, presidente del centro de estudios Earth Policy Institute.
El precio de los cereales ha aumentado a medida que el maíz y, en menor medida, el arroz y el trigo se utilizan para producir combustible.
A pesar de los beneficios potenciales en el largo plazo, el futuro previsible se muestra poco auspicioso.
"Para los 2.000 millones de personas más pobres del mundo, muchos de los cuales gastan la mitad de sus ingresos o más en alimentos, el aumento de los precios de los cereales son una amenaza de muerte", dijo Brown.
"El mayor riesgo es que el creciente precio de los alimentos derive en hambre y desate inestabilidad política en países de bajo ingreso que importan cereales, como Indonesia, Egipto, Nigeria y México", explicó.
La directora del Programa Mundial de Alimentos de la Organización de las Naciones Unidas, Josette Sheeran, advirtió el mes pasado que el encarecimiento de los productos básicos perjudicaba las operaciones de su agencia.
Por su parte, el Worldwatch Institute admitió esta semana que "el creciente precio de la comida suma dificultades a algunos pobres de áreas urbanas, que necesitarán más ayuda del Programa Mundial de Alimentos, entre otras instituciones".
Pero "la causa central de la escasez de alimentos es la pobreza, y procurar la seguridad alimentaria manipulando los precios agrícolas para abaratarlos dañará a más gente de la que ayudará", agregó ese centro de estudios.
La producción de biocombustibles se duplicó entre 2000 y 2005, según la Agencia Internacional de Energía, organismo que asesora desde su sede en Francia a 26 países, la mayoría del Occidente industrializado.
Estados Unidos, Europa y Brasil concentraron el año pasado la producción de 95 por ciento del biocombustible. Entre el resto de los productores se destacan Canadá, China e India.
La mayoría del fluido estadounidense se fabrica sobre la base de maíz, mientras los brasileños usan azúcar y los europeos, colza y otros oleaginosos. En India, la materia prima mayoritaria es el azúcar, así como en China, que también utiliza arroz y trigo.
El biocombustible alimenta apenas uno por ciento del transporte terrestre mundial. La Agencia Internacional de Energía confía en que ese porcentaje se cuadruplique para 2030. (FIN/2007)