Sin temor a que me excomulguen los macarras de la moral, digo que soy partidario del aborto. Sin más ni menos. Apoyo una ley que legalice el aborto, que esa sea una decisión libre de la mujer.
Me opongo a que sean los hombres, que no se embarazan, que no paren, que no sufren menstruación, que no saben de malestares propios del embarazo ni padecen dolores de parto, que no tienen en su vientre un ser durante nueve meses, decidan si el aborto de o no legalizarse.
Me opongo a que desde una óptica religiosa se decida si una mujer debe vivir o morir durante un embarazo de alto riesgo.
Me opongo a la doble moral de una sociedad corrompida hasta los huesos.
No son ateos los que practican más de cien mil abortos en la República Dominicana.
Condenar el aborto fruto de una violación sexual o cuando la vida de la madre está en peligro, es atentar contra la vida misma, es crear un problema social de funestas consecuencias.
Prohibir el aborto es contribuir con el aborto, es patrocinar su ilegalidad, es hacerle un favor al negocio, es contribuir con la muerte de miles de mujeres que no importa la ley seguirán acudiendo ante los médicos o aprendices de médicos, carniceros, para que le practiquen un legrado.
Una parte de los que públicamente condenan la suspensión de un embarazo lo han patrocinado una que otra vez en sus vidas. El que esté libre de pecado que lance la primera piedra. Incluyendo a más de uno con sotana.
Hay que rechazar el chantaje de los macarras de la moral.