La religión católica se opone al aborto en cualquier circunstancia. (Y punto).
No admite discusión. (Y punto). El que se opone a la posición de la Iglesia Católica es un malvado, diabólico, asesino de niños, ateo, comunista y disociador que lo menos que puede merecer es la pena de muerte.
La mujer que resulte embarazada fruto de una violación de un grupo de hombres tiene que tener la criatura, aún cuando no sepa quién es el padre, y aún cuando esa criatura sufra junto a su madre y el resto de su familia por el resto de sus vidas.
Si la criatura dentro del vientre muere por cualquier razón, poniendo en riesgo la vida de la madre, no se puede hacer un legrado para salvarle la vida. Ella debe morir junto al ser que lleva en su seno. (Y punto).
La Iglesia Católica también se opone al uso de anticonceptivos. (Y punto).
¡No a los condones! (Y punto).
La Iglesia Católica asegura que la masturbación es un pecado.
¡No a la masturbación! (Y punto).
Pese a la posición tajante de la Iglesia, en el mundo se realizan más de 50 millones de abortos todos los años, alrededor de 20 millones de manera clandestina, lo que provoca millones de mujeres muertas. Pero esas cifras escalofriantes a la Iglesia les parecen irrelevantes frente a sus principios.
Los estudios indican que si el aborto estuviera legalizado, el número de víctimas se reduciría considerablemente, porque se realizarían en mejores condiciones quirúrgicas y con mayores garantías. De igual manera, el negocio de los inescrupulosos de la medicina sería mucho menor.
En efecto, un estudio indica que una de cada mil mujeres muere al procedimiento secreto en que se realiza el aborto. El mismo estudio calcula que por cada mil mujeres en edad reproductiva se practican 30 abortos. Cerca de dos mil 200 mujeres y adolescentes mueren todos los días por causa del aborto en condiciones sanitarias inadecuadas en Argentina, Chile, Guatemala, Panamá y Paraguay, lo cual indica que la cifra es mucho mayor si sumamos el resto de los países latinoamericanos.
Un trabajo de la periodista mexicana Raquel Sierra precisa que "las leyes de la mayoría de los países latinoamericanos y caribeños prohíben la interrupción del embarazo. Sólo Cuba, Puerto Rico y Guyana tienen legislaciones liberales. Las de Chile, El Salvador, Colombia y Honduras lo condenan totalmente, incluso en caso de peligro de muerte de la embarazada. Otras naciones -añade- lo permiten para salvar la vida de la mujer (Panamá, Paraguay, Brasil y Venezuela), por razones de salud física (Argentina), o en caso de violación (México y Brasil)."
Digamos que en República Dominicana las estadísticas no son confiables. Pero es seguro que se practican más de cien mil abortos todos los años, dejando una secuela de muertes femeninas que todos han querido ignorar.
El aborto es un problema fundamentalmente femenino. Son las mujeres las que mueren. Ellas son las víctimas. Ellas y sus circunstancias. Ellas y su marginalidad. Ellas y sus bebés.
La Iglesia Católica es una iglesia de hombres.
Los hombres no se embarazan. Los hombres no paren.
Incluso el Dios de la Iglesia Católica es varón.
En la Iglesia Católica no hay sacerdotisas. A las mujeres les está prohibido. Sin temor a que me excomulguen los macarras de la moral, digo que soy partidario del aborto. (Y punto) Apoyo una ley que legalice el aborto, que sea una decisión libre de la mujer.
Me opongo a que sean los hombres, que no se embarazan, que no paren, que no sufren menstruación, que no saben de malestares propios del embarazo ni padecen dolores de parto, que no tienen en su vientre un ser durante nueve meses, quienes decidan si el aborto debe o no legalizarse.
Me opongo a que desde una óptica religiosa se decida si una mujer debe vivir o morir durante un embarazo de alto riesgo.
Me opongo a que nadie pueda ponerle fin a un embarazo fruto de una violación sexual.
Me opongo a la doble moral de una sociedad corrompida hasta los huesos, incluyendo a una buena parte de la propia iglesia donde abundan los pervertidos y pederastas…
No son ateos los que practican más de cien mil abortos en la República Dominicana. Condenar el aborto fruto de una violación sexual o cuando la vida de la madre está en peligro, es atentar contra la vida de todas las mujeres, es crear un problema de funestas consecuencias.
Prohibir el aborto es contribuir con el aborto, es patrocinar su ilegalidad, es hacerle un favor al negocio, es contribuir con la muerte de miles de mujeres que, no importa la ley, seguirán acudiendo ante los médicos o aprendices de médicos, carniceros, para que les practiquen el aborto.
Una parte de los que públicamente condenan la suspensión de un embarazo lo han patrocinado una que otra vez en sus vidas. El que esté libre de pecado, que lance la primera piedra. Incluyendo a más de uno con sotana.
Hay que rechazar el chantaje de los macarras de la moral que describe Joan Manuel Serrat en una memorable canción.