Todo apunta a que la senadora Hillary Clinton ganará la nominación presidencial demócrata, pero no porque tenga mejor discurso ni trayectoria más comprometida con los intereses de la mayoría, sino más fama. Si por discurso y trayectoria fuera, la candidatura por ese partido la ganaría ampliamente el senador Barak Obama.
A sus 39 años de edad, Obama ha emergido como un líder nuevo, no contaminado, que transmite esperanza a través de un lenguaje llano, que se puede ver en su sonrisa. No ha exhibido todavía los garfios del político demagogo y embaucador, sino sensibilidad por solucionar problemas sociales que él conoce muy bien, porque los ha vivido.
Salvando las diferencias, el perfil del senador por Illinois recuerda a Nelson Mandela, uno de los líderes políticos más impresionantes que ha conocido la historia. Víctima de las brutalidades más humillantes del apartheid, Mandela no recurrió al odio, el rencor ni a represalias contra la minoría blanca cuando llegó al poder en Sudáfrica, sino a la armonía y cooperación entre todas las etnias.
Tampoco Obama, a quien incluso entre la comunidad dominicana al menos en Nueva York se le descalifica por su condición de negro, ni siquiera ha empleado expresiones de tal naturaleza en su campaña proselitista. Para él los negros no deben perder el tiempo lamentándose por los horrores del pasado, sino asumir el reto de erradicar los males del presente, lo mismo que todos los inmigrantes y los estadounidenses que no satisfacen sus necesidades. La nobleza y deseo de superación también recuerdan a ese gran ser humano y líder político dominicano que fue el doctor José Francisco Peña Gómez.
Reconciliación, solidaridad, más oportunidades y una lucha implacable contra la corrupción son términos claves de la plataforma de este político que, pese a su juventud, exhibe encomiable madurez.
A hombre que piensa de esa manera es injusto no sólo que no se le tome en cuenta, sino que se le descalifique por el color de su piel, sin reparar en sus méritos. Hijo de un inmigrante africano y de una mujer blanca, se educó en Hawai y vivió en Indonesia, en el sudeste asiático. Gracias a su capacidad e interés de superación pudo estudiar en Harvard, donde fue un alumno brillante. Antes de iniciar la carrera política, realizó trabajos sociales en comunidades pobres, marginadas y violentas de Chicago.
No he extrañado mucho, si bien lo he lamentado, que los pocos dominicanos residentes en Estados Unidos con quienes he hablado sobre el proceso electoral rechacen a Obama, sin conocer su propuesta, más bien por su condición negro. Porque también allá la publicidad es determinante para aniquilar la conciencia y condicionar la intención del voto.
Sin esa dosis de oportunismo y arribismo que es tan común por aquí, prominentes intelectuales que han seguido la trayectoria de Obama han quedado maravillados, y no es para menos por su personalidad excepcionalmente franca y persuasiva, que evita los estereotipos y las banalidades y que no vacila en ir contra la corriente en defensa de sus convicciones.
Si el poder no lo malea, Obama sería un buen gobernante.