Es, sin quizás, el compositor que con mayor vehemencia removió los cimientos del patriotismo boricua y eso lo atestiguan sus canciones, que han marcado generaciones de sus coterráneos y que siguen viéndose retratados en ellas con una mezcla de amor, dignidad y solidaridad. Me refiero a Rafael Hernández, "el jíbaro insigne", que cultivò el género patriótico con singular tino, pero también abarcó lo romántico, lo negroide, lo infantil, lo humorístico y otros aspectos que lograba enfocar en su prolífica obra, que deambulaba entre guajiras, boleros, sones, rumbas, guarachas, plenas, valses, danzas e incluso zarzuelas y operetas.
Siempre se identificó como Rafael Hernández Marín, pero ese no era su nombre correcto, pues era hijo del tabaquero, y posteriormente obrero portuario, José Miguel Rosa Espinosa (1872-1950), cariñosamente lo llamaban Don Cone, quien se separó de la madre del venerado compositor, María Hernández Medina, para irse a vivir a la Playa de Ponce, y entonces toda la prole, en represalia por tal abandono, desechó el apellido paterno y sólo se identificaron con el materno. Siendo así, entonces, el verdadero nombre del artista era Rafael Rosa Hernández.
Por cierto, Don Cone tocaba la guitarra y cantaba, siendo siempre un alumno avanzado de la vida bohemia, herencia que dejó a su vástago. El abuelo paterno de Rafael, Guillermo Rosa, tocaba el acordeón, lo que deja bien claro que a su sangre paterna debió su inclinación musical.
Rafael nació en el Callejón Paz, en el barrio Tamarindo, en Aguadilla, Puerto Rico, el 24 de octubre de 1891 y poco faltó para que la mecánica evitara que el mundo conociera el talento inmenso que como músico y compositor poseyó este orgulloso hijo de la Isla del Encanto, pero gracias a su abuela materna siguió la ruta de su formación en el arte de bien combinar los sonidos con el tiempo, siendo José Ruellán Lequerica, quien le enseñó a tocar el trombón, y Jesús Figueroa sus primeros maestros.
Aprendió a ejecutar, con admirable dominio, la trompeta, el violín, la guitarra, el bajo y otros instrumentos.
Al radicarse en San Juan fue discípulo, entre otros profesores de música, del maestro Manuel Tizol, en cuya orquesta tocó el trombón.
Desde muy niño fue acogido en la casona de doña Chita Marín, quien lo cuidaba para que doña María, la madre de Rafael, pudiera trabajar. En esa casona funcionó una fonda de su abuela materna, doña Crisanta Medina, donde, precisamente, acudía con asiduidad el maestro Lequerica, lo que aprovechó doña Tata, como era conocida, para pedirle que le enseñara música a su nieto, a lo que accedió gustoso el respetado músico, pero no así su pequeño alumno, que anhelaba ser tabaquero, como su padre, o maquinista de tren. Pero la insistencia de su abuela pudo más.
Tenía tres hermanos: Victoria, Jesús y Rosa Elvira, a quienes respaldaba gracias a su labor como músico desde que se mudaran a Puerta de Tierra, en la capital borinqueña, tocando el bombardino tanto en el Teatro como en la Banda Municipal.
La primera canción de su inspiración fue "Virginia Fábregas", un vals que compuso en el año 1917, siendo apenas un adolescente de 16 primaveras. El propio autor narró que su segunda obra fue también un vals ("Mi Provisa") y que sintió muy feliz cuando logró cederla a un comerciante apellido Laza por la friolera de 25 centavos.
En 1918, durante la Segunda Guerra Mundial, y sufriendo la inercia laboral que acogotaba el ambiente artístico, se enroló en el Ejército de los Estados Unidos, descollando como un virtuoso trombonista, aunque también fue camillero en un periplo que se extendió por Francia y Alemania. En la milicia obtuvo el grado de sargento y al jubilarse (!919)se radicó en Nueva York, donde perdió, en un accidente de trabajo, la mitad del dedo pulgar de su mano derecha.
En la urbe de los rascacielos conoció a sus grandes amigos Pedro Flores, Luis Muños Marín, Luis Palés Matos y Luis Llorens Torres, con quienes compartía en ambientes de bohemia y allí fundò su Trío Borinquen, en 1926, que completaban Salvador Ithier (el padre de Rafael, el respetado pianista y director de El Gran Combo) y Manuel "Canario" Jiménez. Este último era marino mercante y se ausentaba con gran frecuencia, por lo cual su habitual sustituto, el tenor dominicano Antonio Mesa, pasó a ocupar su lugar permanentemente.
Por cierto, al ser contratado para presentarse en Santo Domingo, donde las canciones de Rafael Hernández tenían ya gran popularidad, al ver que no había en su repertorio ninguna canción para dedicar a la tierra del merengue tomó a "Borinquen" y la adaptó como "Quisqueya", con tal fortuna que hoy por hoy ésta es un tema que apreciamos con profundo cariño y nos representa dignamente dentro y fuera de la República Dominicana, a tal punto que podría decirse sin quizás que es nuestro segundo himno nacional.
La figura de don Rafael se dimensiona internacionalmente, impulsado por el surgimiento del disco de pasta, y en 1929 alcanza la cúspide con su emblemática obra “Lamento Borincano”.
Era un apasionado deportista, actividad a la que estuvo ligado como empresario y manager del equipo de pequeñas ligas Peter Maxwell, en que jugaban sus hijos (1956) y su viuda decía que Rafael era caballeroso, reservado, sociable, amante de las plantas, hogareño y cariñoso con los niños.
Desmembrado el trío, el artista formó el Grupo Hernández, que posteriormente pasó a denominar Conjunto Victoria (en honor a su hermana mayor y empresaria) y finalmente Cuarteto Victoria, que con las voces de Pedro Ortiz Dávila (Davilita) y Rafael Rodríguez popularizó la trascendental “Preciosa”.
En 1939 reorganizó el Trío Victoria y allí se integra Bobby Rodríguez (Bobby Capó), mientras el prestigio de don Rafael propició que liderara la Banda Lucky Roberts y dirigiera una orquesta hispanoamericana en los Estados Unidos y en Cuba la del habanero Teatro Fausto.
Cinco años residió en la tierra de José Martí y al parecer allí se enamoró perdidamente de una mujer a la que sólo se refería como “Mis Ojitos” y al regresar a Nueva Cork las mieles del amor le regaron otra vez el corazón gracias a Juané, dama de la que ignoramos su nombre completo. Don Pedro Flores expresó en una entrevista concedida a la periodista Ma Dhyan Elsa Betancourt, que Juané fue la fuente de inspiración de la mayoría de las canciones del Jíbaro Insigne.
Hacia 1934, por insistencia del doctor Alfonso Ortiz Tirado, se trasladó a México, contratado por los Laboratorios Picot y alfombrado por el éxito de “Capullito de Alelí” y “Lamento Borincano”, para permanecer por una mes, pero el plan varió y el maestro vivió 16 primaveras en la capital azteca, razón por la cual el mismo Hernández la llamó su segunda patria y su patria espiritual, pues además allí se casó, en 1940, con la joven mexicana María Pérez, y 25 años de matrimonio le depararon cuatro herederos a la feliz pareja: Rafael, Víctor Manuel, Miguel y Alejandro Chalí (todos nacidos en tierra de Juárez, excepto el último que vio la luz en Puerto Rico).
En México, que fue donde comenzaron a llamarle “El Jibarito”, participó en películas como “Águila o Sol”, en 1938, y en obras teatrales, a la vez que sostenía el programa “Sal de Uvas Picot”, transmitido por la radioemisora XEB, y allí dirigía una orquesta de 35 músicos, entre cubanos y mexicanos, siendo sus cantantes Margarita Romero y Wello Rivas.
Tras pasar cuatro años de incesantes estudios, bajo la tutela de los maestros Juan León Mariscal y Julián Carrillo alcanzó una maestría en armonía, composición, contrapunto y fuga, exponiendo como tesis de grado su obra “Danza Clásica Número 7”, que puso en escena a 100 maestros ejecutantes dirigidos por él.
Luego de 15 años de ausencia retorna a su tierra natal para llevar una serie de conciertos, siendo recibido con apoteósico entusiasmo de sus coterráneos y en el ínterin el gobernador Luis Muñoz Marín le ofrece dirigir La Sinfonietta en una emisora que operaría la gobernación, lo que motivó a don Rafael y en octubre de 1947 su esposa y sus hijos se trasladan a Puerto Rico, donde se quedarían definitivamente. Al maestro le atraía grabar con dicha orquesta, para legar a la posteridad, todas las danzas boricuas.
Pero hubo un momento muy amargo en su decisión: fue presionado políticamente y se vio compelido a cambiar un tanto su posición independentista, fruto de lo cual surgió una versión de “Preciosa” que variaba la letra original, a instancia de su amigo de antaño Muñoz Marín, lo que encendió el rechazo del pueblo y la imagen del gran artista se enturbió aún más cuando los estudiantes del Recinto Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico se manifestaron contra él y para colmo La Sinfonietta quedó sin presupuesto, lo que obligó a don Rafael a replegarse por un tiempo en su hogar, muy dolido porque en realidad siempre fue independentista.
El panorama nebuloso se disolvió gracias a que el senado borinqueño solicitó al Instituto de Cultura Puertorriqueña la preparación de una antología con las principales obras del maestro, lo que trajo a la palestra la versión original de “Preciosa” y el perdón popular también.
En 1956 fue designado presidente honorario de la Asociación de Compositores y Autores y para entonces ocupó la consultoría musical de la radioemisora WIPR, lo que aprovechó para difundir sus obras de música culta.
En 1963 se cristalizó el rodaje de la película “El Jibarito, Rafael”, del director Julián Soler, logrando un notable respaldo, así como un gran homenaje del Banco Popular de Puerto Rico con el programa “La Música de Rafael Hernández”, que difundió una cadena de radioemisoras y canales de televisión por toda la isla, pero el maestro no pudo disfrutar tanto como los demás debido a que el cáncer ya lo estaba consumiendo. Aunque no pudo asistir al tributo de la entidad bancaria, efectuado el 21 de noviembre de 1965, envió un mensaje grabado que quedó como una despedida final: “Si yo no hubiera nacido en la tierra en que nací, estuviera arrepentido de no haber nacido allí. Hasta siempre, mis jíbaros”.
El 11 de diciembre de 1965 falleció don Rafael, el más respetado compositor de Puerto Rico, y sus restos descansan en el cementerio Santa Magdalena de Pazzis, en el Viejo San Juan.
Pero en verdad don Rafael nunca se ha marchado porque nos dejó un enorme caudal de composiciones que lo mantienen en la memoria colectiva. He aquí las más relevantes, además de las ya mencionada en párrafos anteriores: “Adiós y dame un beso”, “Ahora seremos felices”, “Amigo”, “No me quieras tanto”, “Ausencia”, “Campanitas de Cristal”, “Canción del Alma”, “Cachita”, “Buche y pluma”, “Oprobios”, “Congoja”, “Llora, corazón”, “Corazón, no llores”, “Cuatro personas”, “Dos letras”, “De qué te vale”, “Desesperación”, “Perfume de gardenias”, “Desvelo de amor”, “Diez años”, “El cumbanchero”, “Dónde tú irás”, “Enamorado de ti”, “Inconsolable”, “Los carreteros”, “Lo siento por ti”, “Mi guajirita”, “Mamá, Borinquen me llama”, “Qué te importa”, “Romance”, “Silencio”, “Triste Navidad”, “Tú no comprendes”, “Tus flores y tu pañuelo”, “Ya lo verás” y “Canción del dolor” (las dos últimas con letras de Bernardo Sancristóbal).
Pero si le queda algún resquicio de duda sobre la grandeza de don Rafael aquí le dejo una lista de algunos de los que grabaron sus canciones: Pedro Vargas, Leo Marini, Sonora Matancera, Daniel Santos, Los Panchos, Ray Barretto, Cheo Feliciano, Javier Solís, Jorge Negrete, Orquesta Aragón, Gilberto Santa Rosa, Santos Colón, Danny Rivera, Felipe Pirela, Dimensión Latina con Oscar de León y Wladimir Lozano, Gilberto Monroig, Celia Cruz, Panchito Rizet, José Luis Rodríguez, Alfredo Sadel, Orlando Contreras, Juan Arvizu, María Luisa Landín, Johnny Pacheco con Pete (El Conde) Rodríguez, Willie Colón con Héctor Lavoe, Néstor Chayres, Esther Forero, Carmita Jiménez, Los Tres Ases, Marco Antonio Muñiz, Richie Ray y Bobby Cruz, Billo Frómeta, Tito Puente, Tito Rodríguez, Myrta Silva, Trío Vegabajeño, Chucho Avellanet, Sonora Ponceña…
Sin duda, don Rafael fue y seguirá siendo uno de los más grandes compositores de todos los tiempos.