Estocolmo, 5 oct (PL) El nuevo Nobel de Literatura se dará a conocer el próximo jueves, confirmó hoy la Academia Sueca, y el anuncio desató el sobresalto habitual en los medios culturales, las conjeturas y vaticinios de siempre.
Autores calificados de "eternos candidatos", como el mexicano Carlos Fuentes, vuelven a figurar en las listas de augurios, y en círculos literarios se menciona con insistencia a los norteamericanos Philippe de Roth y Don DeLillo.
Pero con la Academia no hay nada escrito y a veces ni siquiera pronósticos bien enrutados, como cuando el Nobel recayó en 2002, sorpresivamente, en el húngaro Imre Kertesz, un escritor de minorías, hermético, casi desconocido.
Un año después correspondió al sudafricano John Maxwell Coetzee y en 2004 a la austríaca Elfriede Jelinek. Alérgica a todo lo que oliera a acontecimiento social y reacia a los halagos, Jelinek rehusó asistir a la ceremonia de entrega.
El editor noruego Farran-Lee asegura que quedó atrás lo que muchos consideraron un amago de costumbre en los años 80.
Uno entonces tenía la sensación de que había una especie de orden establecido en función de los géneros, los continentes, los sexos, pero ahora, señaló, todo eso es humo.
Siguiendo una conducta invariable, la Academia mantiene un silencio de hierro sobre su posible elección y tampoco deja entrever a probables candidatos.
Algunos medios, como el portal Labrokes -que el año pasado hizo diana al apostar todas sus cartas al turco Orhan Pamuk- mencionan con insistencia al novelista y ensayista italiano Claude Magris, seguido por Roth y el poeta australiano Les Murray.
Solo queda esperar: la próxima semana comenzará, en las letras, un nuevo reinado.
Dotado con 10 millones de coronas suecas (1,08 millones de euros, 1,37 millones de dólares), el Nobel de Literatura es manjar apetecido, sobre todo, por la aureola de prestigio y la celebridad que derrama sobre su poseedor, aunque muchas veces ha sido una aureola efímera.
Nombres como el del francés Sully Prudhomme, la norteamericana Pearl S. Buck o el español Jacinto Benaventes, hoy olvidados -y olvidables- son prueba elocuente.