El Presidente de la República, doctor Leonel Fernández, hizo uso de una retórica poco común en la política exterior dominicana, pronunció un discurso de barricada. Lo hizo en momentos en que la credibilidad de la más vieja organización internacional de posguerra está entre dicho por la incapacidad de ésta para tomar medidas para preservar la paz internacional; en momentos en que grandes peligros ambientales amenazan la vida en el planeta, en momentos en que el cambio climático es ya un hecho; en momentos en que el empleo de biocombustibles y transgénicos anuncian un cambio radical en la diversidad biológica, en la vida en el planeta, y en el manejo del hambre. Se refirió a las desiguales relaciones comerciales entre naciones ricas y pobres; se refirió al desencanto con la globalización, etc.
La pregunta primera sería la de determinar las razones que tuvo el mandatario dominicano para hacer un discurso así en momentos en que su cancillería es un desastre, pues la carrera diplomática ha quedado reducida a una vendetta política, en guarida de personeros que impiden que los diplomáticos de carrera y los que con tanto esmero se han formado en la actividad diplomática pagados unas veces por el Estado Dominicano y en otras por la Comunidad Internacional se encuentren arrinconados por las exacciones de la denominada partidocracia criolla. En momentos en que tiene a la vista una reunión de partidos de izquierda de toda Latinoamérica. Algunos ya hacen conjetura de que el Mandatario quiso resultar gracioso a esa reunión de Punta del Este del Siglo XXI que tendrá lugar se dice- en territorio dominicano, a fin del presente año.
Para quién escribe estas líneas dicho discurso no constituye sorpresa sabemos que el Presidente es un intelectual con agudo sentido político, escogió pues el momento en que podía explayarse logrando créditos externos e internos, es decir, demostró nueva vez que es un político de estos tiempos en la arena internacional y que es imbatible en el plano interno, pues al momento no existe en el país otro político con tales condiciones.
Sin embargo, fuera de las pasiones a favor y en contra que genera, hay un hecho: la República Dominicana está siendo conducida con destreza hacia cambios al parecer imperceptibles, pero reales, concretos e irreversibles. De eso que no le quepa dudas a nadie. Esa política de flemática flexibilidad hacia el cambio está desorientando a los políticos tradicionales, pues perplejos, no saben cómo responder a los rugidos del León de la política criolla e internacional actual.
¿Cómo responder a un discurso tan contundente? Esa es la tarea de los opositores y la respuesta es lacónica, lo mismo que el país deberán cambiar, deberán repensar su forma de accionar en política, deberán modernizarse, deberán anteponer un discurso renovado. En pocas palabras deberán hacerse políticos de estos tiempos pues lo antiguo no funciona. Ojalá que este razonamiento sea escuchado incluso por algunos colaboradores del Presidente, por la opinión pública y por el pueblo, pues el siglo XXI trae grandes amenazas, grandes retos, pero también grandes oportunidades, pero sin una adecuada comprensión del tiempo político podemos devenir en una nación perdedora, o lo que es lo mismo, en una nación que sigue viviendo en el pasado, sin entender el presente, para poder transformar su futuro. DLH-4-10-2007.