WASHINGTON, oct (IPS) – Los jefes militares de Estados Unidos creen que la intromisión de Irán es la principal amenaza para sus tropas en Iraq, pero, en realidad, el problema es que el Ejército Mahdi del clérigo chiita Moqtada al Sadr está determinado a terminar con la ocupación.
Y esta milicia chiita es demasiado grande como para ser debilitado por medio de las armas.
El comando militar estadounidense intenta iniciar un diálogo político con los seguidores de Sadr desde principios de 2006 y ahora asegura que los contactos ya comenzaron, según informó el diario Los Angeles Times.
Asimismo, el general David Petraeus, jefe de las tropas de Estados Unidos en Iraq, sugirió el mes pasado, al dar testimonio ante el Congreso legislativo de este país, que era necesario negociar un acuerdo con Sadr.
Petraeus afirmó que era imposible "matar o capturar" a todos los insurgentes chiitas, una de las dos ramas del Islam, que es mayoritaria en Iraq y cuyos lineamientos religiosos sigue el régimen iraní
El alto oficial trazó un paralelo con lo ocurrido con las milicias sunitas, la otra corriente del Islam, a las que se permitió convertirse en fuerzas de seguridad en los barrios donde esta comunidad es mayoritaria.
Pero el gobierno de George W. Bush no está preparado para hacer la paz con el Ejército Mahdi. Cree, en cambio, que podría dividirlo si, por un lado, aplica presión militar y, por el otro, atrae a quienes considera "moderados" entre los seguidores de Sadr.
"Pensamos que podríamos trabajar" con algunos de esos chiitas armados "moderados", según un informante anónimo del gobierno citado en el informe de Los Angeles Times.
Un jefe militar estadounidense en Bagdad, el teniente coronel Patrick Frank, declaró al periódico que representantes de Sadr iniciaron un diálogo indirecto a fines de julio. Luego, el clérigo anunció una suspensión de las hostilidades por seis meses.
Frank se reunió el 3 de septiembre con líderes de las comunidades chiita y sunita, pero su propuesta sugiere que Petraeus no tiene mucho margen de maniobra para negociar acuerdos locales de paz.
Si el Ejército Mahdi suspendía sus ataques por dos semanas, dijo Frank, Estados Unidos consideraría "reducir sus incursiones en el distrito".
Esa fue una oferta que podría esperarse de una fuerza de ocupación recién instalada, pero no de una que ya había admitido que no estaba en condiciones de imponerse por la fuerza y que está destinada a volverse más débil en el futuro cercano.
Estados Unidos intenta aumentar la presión militar sobre el Ejército Mahdi. La semana pasada, el general Ray Odierno, segundo de Petraeus, anunció que fuerzas a cargo de luchar contra la filial iraquí de la red terrorista Al Qaeda, de tendencia sunita, han sido reasignadas a operaciones contra las milicias chiitas.
La idea de dividir el Ejército Mahdi entre sus elementos "moderados" y "extremistas" ya estaba contemplada en la estrategia de la ofensiva lanzada por Bush meses atrás. Incluso antes de asumir su comando en Bagdad, en enero, Petraeus y Odierno habían abandonado la idea de lanzar una campaña militar a gran escala contra estas milicias chiitas.
En cambio, adoptaron la estrategia de buscar un acuerdo con algunos de los seguidores de Sadr, sin descartarlo con el propio líder religioso, mientras tomaban como blanco a otros miembros de su milicia.
"Hay algunos elementos extremistas y vamos a ir tras ellos", dijo Odierno a la prensa el 7 de enero.
La estrategia de pactar con los "moderados" y atacar a los "extremistas" pareció ganar credibilidad cuando Sadr señaló a principios de 2007 que había ordenado a sus milicias adoptar un papel más discreto e, incluso, cooperar con el plan de seguridad de Estados Unidos para Bagdad.
En mayo, el diario The Washington Post informó que jefes militares estadounidenses habían liberado a un lugarteniente de Sadr, Salah al-Obaidi, luego de cinco meses de detención, pues lo consideraban un "moderado" que ayudaría a inclinar la balanza dentro del Ejército Mahdi en detrimento de quienes querían combatir a las tropas ocupantes.
En realidad, Sadr estaba evitando enfrentarse con Estados Unidos porque pensaba que la ocupación había ingresado en su etapa final, en la que el gobierno de Bush se vería forzado a negociar un acuerdo previo a la retirada.
Creía que sólo debía mantener al Ejército Mahdi intacto para emerger victorioso frente a sus rivales chiitas, asociados con la familia Al-Hakim.
Lugartenientes de Sadr dijeron a The Washington Post que, según su jefe, había comenzado la fase final de la guerra, dado el triunfo electoral el año pasado del opositor Partido Demócrata estadounidense, que recuperó la mayoría en ambas cámaras del Congreso legislativo, y las divisiones en Washington sobre la política a seguir en Iraq.
La intención del clérigo era ubicarse como principal interlocutor de Estados Unidos en ese período de transición.
Sin embargo, Sadr se rehusó a negociar con el gobierno de Bush, en la creencia de que los demócratas asumirían una posición menos belicosa.
En todo caso, sus esperanzas de que las tropas estadounidenses dejaran en paz al Ejército Mahdi se vieron defraudadas por la agresividad que emplearon en sus incursiones en el barrio bagdadí de Ciudad Sadr y otros bastiones chiitas de la capital.
Para mediados de marzo de este año, el clérigo chiita ya había comenzado a dar marcha atrás en su cooperación con las fuerzas de ocupación.
Incluso cuando Sadr estaba reasumiendo una abierta oposición hacia las tropas de Estados Unidos, sus comandantes continuaron repitiendo el argumento de que el Ejército Mahdi se estaba "fracturando" y que los ataques eran obra de elementos "renegados".
Un militar estadounidense en Washington dijo en marzo a la agencia Associated Press que algunos jefes de esa milicia chiita se estaban separando de ella "para adoptar una actitud más conciliadora frente a los gobiernos de Estados Unidos e Iraq" mientras otros se movían "hacia posiciones más extremistas".
Se dijo que la figura clave de la facción extremista era Qais al-Khazali, quien fue el principal portavoz de Sadr en 2003 y 2004. Khazali y su hermano, quien había sido capturado, eran los líderes de una red que aparentemente había obtenido bombas capaces de destruir blindajes y otras armas para el Ejército Mahdi.
En julio, el general Kevin Bergner, portavoz de las fuerzas estadounidenses, citó el testimonio de Khazali, cuando se lo interrogó en prisión, como prueba de que una fuerza de elite de la Guardia Revolucionaria iraní estaba creando una milicia chiita, al estilo del libanés Partido de Dios (Hezbolá), para cumplir en Iraq los mandatos de Teherán.
El subdirector para Operaciones Regionales del Estado Mayor Conjunto estadounidense, general Michael Barbero, obviamente no fue consultado sobre esta cuestión.
En una conferencia de prensa en Washington, el 30 de marzo, dijo: "Nosotros creemos que hay lazos entre estos hermanos", los Khazali, "y la organización de Sadr".
La descripción hecha por Bergner del grupo de Khazali, al que caracterizó como independiente de la milicia de Sadr, fue otro ejemplo sobre cómo los jefes militares de Estados Unidos se aferraban a interpretaciones que servían a sus objetivos políticos y militares.
Cuando las fuerzas ocupantes realizaron en los últimos meses arrestos de comandantes o jefes de célula del Ejército Mahdi, sistemáticamente se los caracterizó como "renegados". Se describió a uno de ellos como "un alto jefe renegado" de un "escuadrón de la muerte" de más de 100 miembros.
Pero según un artículo del diario The New York Times del 28 de julio, tanto el jefe del cuartel de Sadr en Bagdad como un clérigo chiita en la cercana localidad de Kufa condenaron las detenciones y pidieron la liberación de los presos, a quienes señalaron como integrantes del Ejército Mahdi.
El calificativo de "renegados" parecería referirse a su resistencia a la ocupación, no a su relación con el comando del Ejército Mahdi.
El argumento de que Irán está usando a la milicia Hezbolá para entrenar insurgentes chiitas en Iraq que se separaron de Sadr fue desacreditado aun más en agosto, cuando el clérigo declaró al diario británico The Independent que su organización tenía "lazos formales" con Hezbolá, que había enviado combatientes a Líbano para que recibieran entrenamiento y que seguiría haciéndolo.
* Gareth Porter es historiador y experto en políticas de seguridad nacional de Estados Unidos. "Peligro de dominio: Desequilibrio de poder y el camino hacia la guerra en Vietnam", su último libro, fue publicado en junio de 2005. (FIN/2007)
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