Nunca lo vi personalmente y no tuve esa suerte que acompaña a los reporteros, de ver todo sin que se le quede nada. El Padre Luis Quin, sin embargo, escapa a las miradas, a los abrazos pendientes y a la brisa que está lejos de su entorno. Su aura fue grande.
Dedicó toda su vida a una vocación noble y, por demás, altruista. A la de estar al lado de quienes más necesitan, sin importar el hedor emanado de las axilas que hacen honor al trabajo duro. Es Padre fue el padre de muchos.
Concilió sus ideas con la sociedad, especialmente con aquella que no baja de las cimas por no tocar sus manos con las del obrero que dedica 24 horas a exprimir la tierra para sacar el pan del día.
No fue, ni por asomo, oportunista. Vino al país hace más de 40 años y se situó en ese terruño llamado San José de Ocoa, donde las mujeres estilan belleza en la piel de seda y los hombres opacan el día con el trabajo en las parcelas.
Tuvo en él la Iglesia Católica un representante digno, auxiliar insistente y persistente de los pobres que nada tienen, más que dignidad, y de sobra.
Se nos ha ido. Los Angeles y el Señor lo esperan, de seguro, con los brazos abiertos, a ese celestial hombre que dio todo de sí sin ambiciones de poderes, bienes materiales y medallas en el pecho.
Paz a los restos del Padre Luis Quin.