SANTO DOMINGO.- (PL) A medio milenio y tres lustros de su accidentado desembarco en Quisqueya, el Gran Almirante, o al menos sus despojos mortales, siguen siendo objeto hoy de disputas entre la tierra nueva y la madre patria. Este viernes la urna que custodia el Museo Nacional en la cual se afirma están los restos del navegante genovés fue abierta una vez más, como cada 12 de octubre, ocasión propicia para reavivar la polémica, tan ácida como en su momento lo fuera su verdadera nacionalidad.
El director del Museo Nacional, Andy Mieses, desestimó la propuesta de practicar la prueba del ADN a lo que de Cristóbal Colón queda al aducir que en su país existe la creencia de que "no se debe molestar a los difuntos que han querido ser sepultados en nuestro territorio".
Una urna de plomo descubierta en 1877 con la inscripción Colón fue llevada a Cuba, aún colonia de España, mientras Dominicana ya era república independiente y trasladada después a la Catedral de Sevilla, donde reposa en la actualidad.
El curador dominicano afirmó que no hay duda de la autenticidad de los despojos del hombre que comenzó como terco aventurero y terminó en candidato fallido a santo, tras ser denostado y encadenado por quienes lo alabaron y despojado por los que le concedieron favores de leyenda asiática.
Otros trascendidos aseguran que don Cristóbal era una suerte de Don Juan post medieval con suficientes atractivos como para ser invitado a compartir la tibieza e intimidad del dormitorio de Isabel, pero se carece de testimonios de primera mano y la corte era un hervidero de chismes, a todas luces.
Colón fue nombrado Almirante de la Mar Océana, Virrey a perpetuidad y beneficiario del comercio entre los nuevos descubrimientos y la metrópoli, muy necesitada por aquellos tiempos de las riquezas que se extrajeran de ellos y por lo tanto dispuesta a conceder cualquier cosa.
Los primeros aportes de Colón al reino fueron magros: apenas unos indios, algunos vistosos y papagayos locuaces en lengua aborigen, inteligible para los hispano hablantes, poco interesados en los relatos del Almirante, más próximos a la fantasía del charlatán trashumante que a la realidad tangible del muy buscado oro.
Polémico siempre, Colón terminó sus días enclaustrado, pobre y amargado, ignorante de que, a la larga, su grandeza, explicables equivocaciones geográficas aparte, dotaría a España de un imperio en el cual nunca se ponía el sol, lo que explica el interés de la ex metrópoli en poseer aunque sólo sea sus restos.