El(os) que tiene(n) por trabajo intervenir mi(s) teléfono(s), invadiendo la privacidad a la que tengo derecho como ciudadano, sé que permanentemente se da(n) banquete escuchando cuanto hablo y comento por esa vía.
Quizás pesque(n) con frecuencia, material de sobra para presumir –más bien fanfarronear- en su entorno de bien informado(s) sobre la actividad política por el conocimiento prestado de cosas de las que no se ven en el proselitismo criollo y a las que tengo acceso por informes de terceros, en mi condición de cronista político de larga data con raíces en todos los conucos.
También, talvez tendrá(n) a veces que masturbarse porque no son pocas las ocasiones en que casi hago el amor con mi mujer en conversaciones muy íntimas de días lluviosos y/o atardeceres insinuantes.
Como sé que ese(os) oyente(s) cobra(n) –a veces muy bien- por sus servicios, me he propuesto ponerselas no tan fácil, cambiando mis hábitos de conversación telefónica o simplemente transformando mi estilo de captura de reportes, sean políticos o no.
Ahora uso 5 números telefónicos celulares, varios duales de las 4 principales compañías que dan servicios inalámbricos y no tomo llamadas de “restringidos” ni de “no disponible” y mucho menos de números que no tenga registrados con el nombre del usuario.
Poco me importa que escuchen mis conversaciones, pero no soy hipócrita y confieso que en algo me irrita saberme espiado para el chisme barato de incompetentes, más aún si se trata de ratón(es) presuntuoso(s) con título(s) prestado(s) obtenido(s) por otro en las aulas en la plenitud de la tercera edad, con experiencia(s) en la evasión de responsabilidades por delitos comprobados.
Más bien, uno naúseas a mis sentimientos compadeciendo a ese(os) que escucha(n) mis conversaciones telefónicas en tiempos de democracia globalizada, donde todos coincidimos en que es indecente e inescrupulosa esa práctica.
El autor es periodista y consultor de comunicación
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