Santo Domingo (PL).- Las autoridades dominicanas han repatriado unos 10 mil haitianos este año, en lo que semeja una historia de nunca acabar que tensa la atmósfera en la región fronteriza común. Los haitianos penetran en territorio dominicano en busca de mejores condiciones de vida y los que son obligados a retornar lo siguen intentando, reconocen medios quisqueyanos.
El tema trasciende lo anecdótico tras el reciente inicio de operaciones de un contingente militar dominicano encargado de liquidar el contrabando de personas, mercancías, drogas y armas en los bordes limítrofes occidentales.
El Cuerpo Especializado de Seguridad Fronteriza (CESFRONT) fue creado por orden del presidente Leonel Fernández tras una reunión con cosecheros de arroz que se quejaron del contrabando del cereal desde Haití.
Este tema está inscrito de forma cruenta en la tormentosa historia de las relaciones entre ambos estados caribeños y data del siglo XIX, cuando el Haití recién liberado de la tutela francesa dominó lo que hoy es la República Dominicana.
Poco menos de un siglo después, en 1937, el dictador dominicano Rafael Trujillo ordenó una matanza de 30 mil haitianos, y de algunos dominicanos que habían creado familias con ellos.
La matanza pasó a la historia de las relaciones comunes con el nombre de "el corte", como lo bautizaría el propio Trujillo en un tétrico retruécano que alude al mismo tiempo a la idea de final y los machetes empleados con profusión en las matanzas colectivas.
Aunque las fechas parecen lejanas aún planean sobre la sociedad dominicana, pues recientemente un obispo católico pidió perdón a los haitianos por esa matanza, utilizada por el dictador que llegó a ser conocido como la náusea de América para sentar plaza de nacionalista y atraerse el favor popular.
En un país donde el mestizaje es la regla y la pureza étnica una abstracción inexistente en la práctica, los haitianos son objeto de una discriminación racial que se manifiesta en términos acres.
La situación puede llegar a ser aberrante, pues incluso hay colores que se asocian con los vecinos del oeste y, por ello, resultan desagradables.
Tanto es así que una cadena de supermercados envuelve sus ventas en fundas (aquí decir bolsa es de mal gusto pues alude a los genitales masculinos) de diferentes colores en zonas de alta incidencia de dominicanos y en áreas donde es obvia la presencia de haitianos.
En el establecimiento de la avenida Winston Churchill prima el blanco; en la más popular de la calle Mella, cerca de un mercado de viandas y verduras al aire libre operado por haitianos, el amarillo y azul, como en su bandera.
El que entre ambos países no existan instrumentos que regulen la emigración y que la situación económica haitiana sigue siendo crítica complica aún más el problema para el que no se avizora una solución de continuidad.
Mientras, los empresarios continúan clamando por la mano de obra haitiana en el sector de la construcción y los quisqueyanos se quejan de que los habitantes del otro lado de la frontera están penetrando en sectores que hasta ahora les estaban vedados como el transporte de pasajeros y los servicios privados de seguridad.
*El autor es Corresponsal de Prensa Latina en República Dominicana.
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