No daba por ningún lado, sino siquiera con los métodos más flexibles de cálculos sociales, que un segundo mandato del presidente Leonel Fernández en el ejercicio del poder estaría escoltado de una interminable de escándalos. Había que ser más que un oráculo para pronosticar que la permisividad, el autoritarismo y ese clientelismo de la más baja estofa brillarían en desmedro de la transparencia y la rendición de cuentas bajo la gestión de un político que parecía cuidar tanto las formas. Al menos por mi cabeza no podía pasar, y no precisamente porque peque de ingenuo, que con tal de mantenerse en el poder el doctor Fernández no sólo haría trizas de la Constitución y las leyes, sino la decencia, porque la inocencia es inaceptable.
En las circunstancias en que retornó al poder era menos previsible que el jefe del Estado se apartara de los postulados esbozados durante su auspicioso discurso de juramentación. Por el alentador impacto que causó en la opinión pública cómo olvidar su afirmación de que la democracia se afirma en la rendición de cuentas. “Aquél que no tenga las suyas claras, sea del sector público o privado, que sepa, desde ahora, que la justicia no será objeto de obstrucción ni de manipulación por parte del Poder Ejecutivo para que actúe conforme a como indican nuestros códigos y leyes”, había proclamado.
Pero todo se ha quedado en retórica, así como también su enaltecedora advertencia de que “República Dominicana no puede seguir como va. No puede seguir con la inseguridad ciudadana. Con el tráfico de influencias. Con el clientelismo. Con el abuso de poder. Con el irrespeto. En fin, con falta de seriedad en todo”.
Porque la triste realidad es que hoy hasta en el exterior se percibe una reducción significativa del índice de desarrollo democrático. Y todo por esa praxis que ha fomentado un gobernante que concitó el más sincero respaldo cuando señaló: “Hasta ahora, el pueblo dominicano ha sido paciente. Ha tenido una conducta ciudadana ejemplar. Pero no se debe abusar de él. No desafiemos la capacidad de tolerancia del pueblo dominicano”. Si Hipólito Mejía es todavía repudiado se debe a que abusó del poder, echando por el suelo los símbolos sobre los que erigió su discurso.
Sin embargo, y sin que nos queramos llamar a engaño, la verdad es que si el ejercicio de la democracia antes estaba mal, hoy está peor. Simplemente porque se ha fallado en la rendición de cuentas y se han renovado y fomentado prácticas bochornosas que contrastan con la transparencia y el debate civilizado de las ideas.
Aunque, como Terencio, nada humano me sea ajeno ni la ingenuidad sea de mis defectos, jamás podía imaginar lo que desgraciadamente he tenido que presenciar.