La Rubia, La Original (o sabe Dios cuántos nombres más se ha puesto esta señora), es una mujer sesentona que está provocando un gran tumulto de gente en la avenida Brodway con 171, en el Alto Manhattan. Nadie se explica por qué, pero permanentemente tiene una fila de gente, dominicanos principalmente, esperando para comprar un vaso de habichuelas con dulces riquísimas.
La Rubia no ha estudiado marketing y los políticos y sabedores del mercado no se han ocupado de analizar ese fenómeno, pero La Rubia (una vieja refunfuñona, de poco hablar y hasta entruñá), le está ganando la carrera a cuantas señoras venden habichuelas con dulces en los contornos de Washington Highs; le está comiendo los caramelos.
Este pasado domingo, fui uno de los, que como muchos, hizo la cola impaciente para probarlas, y a la verdad es que son buenísimas. Tan ricas que parecen a la de la madre.
Dijo un compatriota (de loma adentro, por su acento), que La Original es protegida por los policías rubiotes de Nueva York que le dan su vueltecita y nunca le preguntan si tiene los papeles al día. Y dijo también, mientras esperábamos la delicia de esta señora, que si quitan ese punto de venta, el sosiego se viene abajo en esa parte de La Gran Manzana tomada por los dominicanos.
Lo cierto es que la vieja es un escándalo y no le gana nadie en vender sus habichuelas (los otros puntos próximos están vacíos, no hay gente), en una caseta portátil improvisada en esa esquina bulliciosa que ha sido ganada por los compatriotas.
Ella es una del más de millón de dominicanos que han tenido que dejar su platanal para vivir con mayor sosiego en una ciudad con un frío de madre.
Es, eso sí, buena como los dominicanos.