Si hay derecho a la vida, y debe haberla en abundancia y en destierro de toda pena de muerte, también ha de existir en serio el deber de protegerla; si hay derecho a la paz, también ha de existir en serio el deber de avivarla; si hay derecho a la libertad, también ha de existir en serio el deber de formar personas libres; si hay derecho a la justicia, también ha de existir en serio el deber de reparto solidario.
LOS DEBERES, EN SERIO
Quizás para tomarse los deberes en serio haya que ganarse una exigencia nueva en el mundo, un cultivo ético y responsable que hoy no se da, aunque una parte del mundo lo pida a gritos y la otra parte hable de derechos. Sería bueno fomentar una cultura pública globalizada y globalizante, donde lo fundamental no son las migajas, ni elevar a todos los pueblos al nivel que hoy gozan los países más ricos, sino más bien sumarse a la labor de hacer camino, cuanto más unidos mejor, bajo el empeño de un trabajo solidario con una vida digna. El prójimo es el próximo, pero también el mundo entero. No se precisan maestros de nada, más bien lo que se necesitan son sembradores que nos orienten la vida y nos den pautas e indicadores de satisfacción de necesidades básicas.
Considero que el primer deber de todo ser humano, por básico que parezca, pasa por desarrollarse y que a uno le dejen hacerlo. No piensen, en nuestro espacio europeísta a veces es bastante difícil superar las patologías de una loca modernidad que nos ata a las cosas y al consumo. Si tuviésemos (todo el mundo) una cultura pública de exigencias de deberes como de derechos, mejor nos iría. Para empezar, la solidaridad es un compromiso permanente, un deber de estar ahí siempre. Lo que ocurre actualmente, con la falta de incumplimientos de deberes y derechos, es que la sociedad y, por ende, el mundo, está bajo mínimos morales. Una civilización sin moral alguna se mueve por instintos y no entiende que la paz en el mundo sea un serio deber que todos hemos de poner en práctica. Hay que volver a la razón como público cultivo y al sentido natural como fuente de deberes y derechos, reconstruir una ética en verdad ética, una cultura en verdad cultura, una política y una economía coherente con los valores de igualdad, libertad y solidaridad. Con estos deberes tomados en serio, se produce la paz, porque es una cuenta moral de resultados, de espíritus libres y generosos. Desprenderse de la libertad innata es desprenderse de nosotros mismos, desertar de los deberes de la humanidad. Nunca se han conocido tantos desertores de las obligaciones como el momento actual.
Ciertamente es deber absolutamente personal de cada ser humano seguir un camino u otro, pero esa cultura pública global (la lógica natural de la libertad) debe servirnos para tutelar el campo intangible de los derechos y hacer más llevaderos el cumplimiento de sus deberes. ¿Qué es sino el bien común, que la solidaridad de los deberes? Desde hace tiempo, por ejemplo, la comunidad internacional viene diciendo que los recursos del planeta son limitados y que todo el mundo tiene el deber de poner en práctica políticas encaminadas a la protección del medio ambiente, con el fin de prevenir la destrucción del patrimonio natural cuyos frutos son necesarios para el bienestar de la humanidad. Para afrontar este desafío, se requiere sin duda una nueva cultura pública globalizadora, puesto que los países ricos han de prestar mayor atención a los países más pobres que suelen ser los que pagan el precio más alto de nuestra demencia destructora. Y en esta guerra demoledora, salvaje y dañina a más no poder, tan responsable es el que dice desconocer un deber, que siempre es de obligado cumplimiento, como el que lo acepta pero no lo toma en serio y lo pisa.
Los deberes del bien común, la clarificación y opción por valores como la vida, la familia, la inclusión de razas y culturas, son sólo unos meros ejemplos de materias que suelen estar prácticamente ausentes o arrinconadas en los programas políticos. A pesar de ser necesidades y que a todos nos incumbe. Roto ese vínculo moral que precisamos para vivir, el ser humano se abandona a los poderes, a sus caprichos, a la desidia, y deja de lado el deber de respetar los derechos ajenos. La siniestra moda de grabar con móviles las brutales palizas es otro signo más de pérdida de papeles. Cuando, en realidad, una convivencia humana rectamente ordenada exige sobre todo respeto y actuar con sentido de responsabilidad.
Estoy convencido de que para conseguir una cultura pública globalizada, pienso que no es suficiente que a cada derecho le corresponda un deber. Hace unos días leía unas puntualizaciones del director del Observatorio Van Thuan, Stefano Fontana, que no me resisto a transcribirlas: “es fácil inventarse artificialmente un deber como motivación de un nuevo derecho. En Italia el derecho al aborto es contemplado en una ley que parte del deber de acoger la vida. El derecho a la eutanasia se motiva en el deber de no hacer sufrir. La complementariedad entre derechos y deberes es verdad, pero se presta a la manipulación ideológica. Verdaderamente es necesario volver a la prioridad del deber”. El derecho, sin duda, es un poder hacer, tener a disposición. Los límites los imponen los deberes, ¿hasta dónde realmente llega el poder hacer o el tener la disposición? En consecuencia, creo que habría que potenciar mucho más una política de los deberes, de disponibilidad unos con otros y de sentido del deber.
Víctor Corcoba Herrero
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