Quizás por las dificultades seculares dejadas en su país de origen, una cultura de enseñar comida al compatriota que lo visita, marca a los dominicanos que se instalan en otras tierras en busca de mejor; por eso, el criollo que visita Nueva York puede que lo sienten en un apartamento apiñado de cosas y con poca ventilación para ver una nevera llena de comida y, en todo caso, comerse dos pollos.
En un reciente viaje a Nueva York una señora se trasladó durante una hora en tren desde Queens al Alto Manhattan, donde me encontraba de paso, para convencerme de que amaneciera en su hogar, llevando para mi convencimiento el atractivo señuelo de dos pollos sazonados que había dejado en su casa para cocinármelos “con una yuquita mocana que compré”.
Conocedor de esa bondad culinaria de nuestros compatriotas en la ciudad de hierro, me resistí desde el día anterior a quedarme en un solo lugar, porque apenas duraría unas 18 horas en La Gran Manzana de regreso de un curso en Washington. En ese tiempo debía ver viejos amigos, ex compañeros de trabajo o estudios y hacer un recorrido sentimental por los lugares de mi acogida durante mi estadía forzosa o de estudio en esa ciudad.
Es por eso que rechacé la idea temprana de quedarme estático, a sabiendas de que lo primero que iban a hacer conmigo era enseñarme mucha comida y cocinarme hasta el hartazgo, y el tiempo no me daría para otra cosa. Preferí tomar el autobús y el tren en el día para no depender de nadie.
Grande fue la decepción de la señora, quien aspiraba que le trajera una maleta al país, al no poderme convencer de su oferta culinaria e informarle que me quedaría en el apartamento de mi amigo Betances, un residente de varios años en cuyo hogar reposo mi cuerpo, mi apetito y mis reflexiones a compás de una amistad sincera, de muchos años, que nos profesamos.
Agradezco, de verdad, la oferta de los dos pollos, pero no me preocupa tanto porque si vuelvo a la ciudad que me dio cobija, conocimiento y dinero en una etapa de mi vida, sé que habrá no uno ni dos dominicanos, sino miles que estarán dispuestos a enseñarme su nevera llena de comida y, en todo caso, a cocinarme dos pollos.
En este noviembre del 2007 y siempre, que Dios bendiga a los dominicanos en Nueva York y otras partes del extranjero.