SANTO DOMINGO, nov (IPS) – El autobús que traslada a socorristas voluntarias de la Colectiva Mujer y Salud se detiene en el inundado río Bao, incapaz de cruzarlo. Sus 40 ocupantes, en su mayoría mujeres, descargan colchones, agua fresca, vacunas, otros suministros médicos y mosquiteros del remolque que hay detrás, apiñando todo –incluidas ellas mismas– en la parte trasera de un camión pesado, atravesando el agua que cubre las llantas, y luego dando brincos a lo largo del enlodado camino de piedra.
Más de 155 comunidades todavía están aisladas del resto de República Dominicana debido a la destrucción de puentes y carreteras por Noel, una depresión tropical con vientos de hasta 90 kilómetros por hora cuando impactó en este país el 29 de octubre.
Los informes señalan que hubo 85 muertos durante los cinco días de azotes de la tormenta tropical, 45 personas siguen desaparecidas y más de 80.000 fueron desplazadas.
Este país comparte la isla La Española con Haití, donde a la vez murieron por lo menos 57 personas. Aunque Noel también desató fuertes lluvias sobre las Antillas Menores, Puerto Rico, Jamaica, Cuba y Bahamas, esos países registraron menos daños y muchas menos fatalidades.
Para algunas de las socorristas voluntarias, muchas estudiantes universitarias, éste fue su primer contacto con la vida de muchos de sus compatriotas que viven marginados, y que se ganan el sustento a duras penas en un terreno fértil que nadie reclama sobre las riberas de los ríos.
Aunque las casas tienen pisos de concreto, las paredes están hechas de delgadas capas de madera unidas con revoque de barro.
"Me crié en la capital", dice Dayanna Hirnedez, abogada de la no gubernamental Colectiva.
"Nunca había visto la pobreza en el país hasta que salí como voluntaria con la Colectiva. Vivimos en una burbuja en la capital", agregó.
La Colectiva de Mujeres canceló todos sus proyectos en curso para viajar a algunas de las áreas más marginadas. Gracias al sindicato de trabajadores del transporte, que donó autobuses, 40 trabajadores de asistencia se las arreglaron para llegar a una aldea abandonada en las afueras de la oriental ciudad de Monte Plata.
Equipos de médicos, psicólogos y otros voluntarios pasaron un día con un grupo de 80 personas que estaban viviendo con el agua por la cintura. Dos días después, la Colectiva salió de nuevo hacia este asentamiento cercano a la próspera ciudad de San Juan de la Maguana.
Organizada y dividida en equipos, la Colectiva comandó el asentamiento de 150 personas, creando áreas para vacunaciones, consultas con médicos particulares, reuniones con los psicólogos, entretener a los niños y otra para la distribución de los elementos de asistencia.
Rafael Polanco Peralta, encargado de prensa del gubernamental Departamento de Recursos Hídricos, describió los daños a IPS: "Llovió continuamente durante más de siete días. Los ríos se desbordaron. Dos de nuestras represas se vieron sobrepasadas".
Muchos habitantes perdieron no sólo sus hogares y posesiones, sino también sus medios de subsistencia.
Según estadísticas del Banco Mundial, 42 por ciento de la población es pobre y 16 por ciento vive debajo en pobreza extrema, con ingresos de menos de un dólar diario.
"La tragedia más grande es la pérdida de vidas. De eso nunca nos recuperaremos. Si tenemos los recursos, que no están en nuestro actual presupuesto nacional, tal vez podamos reparar el daño a las represas y las reservas en unos pocos meses. Pero, ¿quién sabe cuánto le llevará a la agricultura recuperarse?", se preguntó Polanco Peralta.
"Fuimos afortunados en dos cosas: los centros turísticos en las costas norte y este no fueron afectados, y la principal cosecha de arroz ya había terminado. Pero los cultivos más perjudicados –el arroz, los plátanos– son nuestros alimentos básicos. Esto es lo que la gente come todos los días", explicó.
El peor impacto de las dos represas inundadas se vio reflejado en la agricultura, en las nororientales provincias de Duarte y María Trinidad Sánchez, así como en las meridionales de Azúa y Barahona.
"Es un área baja, que ya tiene mucha agua, dado que el arroz la necesita para crecer. Pero ahora el agua excedente no tiene por dónde escurrirse. No hay otra cosa que el sol para secar esa zona", agregó Polanco Peralta.
Viajando hacia el oeste desde Santo Domingo, a través de Bani y Azúa, los principales ríos decrecieron, dejando grandes lechos de piedras. Las aguas de las inundaciones cortan los terraplenes como una cuchilla de carnicero, dejando expuestos hasta siete metros de suelo.
Doce días después de la tormenta, el agua todavía sale a borbotones de un campo de plátanos e ingresa a la zanja del costado de la carretera. Otros campos, cubiertos de lodo, muestran los montículos ordenados que delatan el prolijo trabajo de las arruinadas plantaciones que yacen debajo.
El suministro de asistencia interno, de la diáspora dominicana y de la comunidad internacional fue rápido y amplio. De todos modos, puede llevar semanas e incluso meses que la ayuda llegue y la vida normal se reanude.
Muchas escuelas todavía son usadas como refugios. Los exámenes nacionales fueron postergados.
El propietario de una casa que había servido como farmacia se para inquebrantable al lado de su esposa y sus cuatro hijos. "Ahora perdimos todo. El agua se llevó nuestra tierra. Ahora no hay nada. Tendremos que talar madera para vender carbón", dice con una resignación simple, sin enojo ni resentimiento.
Para el atardecer, la carretera sucia y rocosa se convierte en lodo. El gran camión no aparece, así que las mujeres retroceden los tres kilómetros caminando hasta las riberas del río. Finalizan su jornada de 16 horas cruzando el Bao a pie, mientras el agua arremolinada les llega a los muslos.