He oido a muchas personas afirmar que aceptan la presen cia de un semejante por razones de que no son dueños de las empresas o de las viviendas, de los partidos, o de que la educación determina cierto grado de tolerancia. En política indiscutiblemente que las cosas son diferentes, y es que en ese viejo arte el afán es llegar, y para llegar se necesita sumar voluntades, aunque sea de forma no demo-crática, o arcaica, como por ejemplo esas monarquias obso letas, dsirigidas por ancianos, fuera de tiempo, enmgreidos e irrespetuosos al poder y la voluntad de los pueblos.
Por eso es necesario respetar las formas que cada quien tie ne no solamente de hace proselitismo, el caso de Amable Aristy, sino de atraerse gentes, el caso del Presidente y su partido.Hasta donde es positivo, hasta donde resulta, hasta donde la cercania de algunas personas resta o suma, eso lo habrá de decir en su momento el pueblo, cuando solo con su con ciencia elija a quien ha de dirigir de manera diferente los de stinos nacionales.
Lo que si es real es que los hombres no somos robots, ni so mos maquinas, ni estamos obligados a aceptar lo que otros digan o quier, cuando uno todavio respira por la herida, se siente abandonado, no utilizado, traicionado, y lo que es quizás más duro, atacado por un amigo, un familiar o un co mpañero de partido o de oficina, o de iglesia, o de equipo, que no tiene capacidad de aceptar que el cerebro, y no el corazón necesita tiempo, necesita quizás del sentir y del dolor que aveces también unifica, para pasar la mano, y sino olvidar, por lo menos dejar de lado, y volver a ser lo que se fué siempre.
Por eso el abrazo de Loenel y Danilo, el dolor los unió, el dolor compartido ante la muerte del amigo que siendo com padre del Presidente le apoyó en sus aspiraciones, el dolor que nos ha unido como pueblo, y la alegria, o Dios en su in mensa misericordia también nos llena de peredón, por eso no debemos preg untar nunca hasta cuando, sino dejar el paso del tiempo y el momento llegará como dicen los Ara-bes de senmtados en la puerta de nuestra tienda ver pa-sar el cadáver de nuestro enemigo, o abrirle los brazos al que se fué y regresa, como el hijo prodigo.