Si la tormenta Noel ha desatado una alarma contagiosa, en gran medida se ha debido, no al maquillaje publicitario que se atribuye al Gobierno para manipular a la opinión pública, sino porque unos diítas de lluvias han sido muy poca cosa para sacar a relucir tanta miseria material. Si bien se sabía que República Dominicana era un país pobre, a pesar de sus obras faraónicas, vehículos de lujo, torres de apartamentos, ropas de marcas y elevado per cápita, en modo alguno se podía sospechar la verdad que el meteoro nos ha restregado en las narices: que era tan pobre. Pero ya por lo menos estamos conscientes.
Sabíamos que los índices en educación y salud contrastaban con el discurso de la eficiencia y el bienestar, pero relacionando el progreso con los símbolos materiales jamás podíamos imaginarnos lo que se ha visto. Claro, esa amplia masa que vive sedada por la realidad virtual, la que transmiten los medios, y no por la cruda verdad de los hechos. Nos veíamos en la fachada, a tal punto que países sin obras monumentales los veíamos por debajo de los hombros.
Noel ha sido una triste y dolorosa clarinada para llamar la atención sobre la realidad. De ahora en adelante depende de nosotros que vivamos engañándonos o acabemos por sincerarnos. Reconocer nuestras múltiples deficiencias y limitaciones propias de una nación que ha relegado lo esencial por la apariencia. Ahora, por más desagradable que resulte, la tormenta nos deja la lección de vivir en la verdad, que no es más que una actitud moral contra el engaño, la manipulación, la desconfianza y frente a la vida.
Puede que vivir en la verdad no sea un acto político, pero sí puede convertirse en punto de partida para todos los actos sociales. Prácticas corruptas y envilecedoras han de ser desterradas en aras del trabajo, la creatividad y la competencia, al menos si es que se desea trillar senderos reales de progreso. Noel ha propiciado esa grandísima oportunidad para reflexionar, al dejar al descubierto la realidad bloqueada por la retórica y la propaganda. Gobernantes y clase dirigente deben dar los primeros pasos en ese sentido.
La magnitud de la marginalidad y la miseria ha sido de tal magnitud en centros como el Distrito Nacional y la provincia Santo Domingo, que concentran la mayor parte del empleo y los servicios de la nación, que podía pensarse que esos lugares eran una extensión del vecino Haití.
¿Cómo, después de la tormenta, se puede ocultar la miseria, el hacinamiento, la corrupción, la irresponsabilidad y las condiciones infrahumanas en que duran, como decía Yupanqui, cientos de miles de familia? No hace falta más para entender que Noel nos ha liberado del engaño y la parafernalia. El tétrico panorama que salió a relucir hizo, incluso, que muchos se preguntaran, con bastante lógica, cuál hubiera sido la magnitud del desastre si, en lugar de una tormenta, el país hubiera sido azotado por un huracán. Lo cierto es que, con lo aterradoras que han sido las escenas de este fenómeno, cualquiera ni se lo imagina.