Las ciencias jurídicas no se han ocupado del todo con respecto al fenómeno del linchamiento, mejor conocido como el delito de las multitudes. Sólo se advierte la irresponsabilidad penal de las multitudes frente a este tipo de delito, y, en general, a cualquiera, similar a esta modalidad del crimen.
Es bueno empezar con un ejemplo ilustrativo: Ocurrió que, en Concepción, Argentina, en tiempos de Martínez Rosas, “una multitud pedía la cabeza de un ladrón, a grandes voces, frente a su casa. En esto, un individuo se puso a exigir además, a voz en cuello, la cabeza de su sastre, a quien le debía una suma que aquel le cobraba con mucha exigencia. Entonces, todos se pusieron a pedir la cabeza del inocente comerciante, y creyéndolo un enemigo común, se apoderaron”.
La relación del caso que acabamos de hacer (citado en una obra inédita del maestro dominicano don Leoncio Ramos), sirve para comprender la criminodinámica del delito cuando no actúa en un hombre solo, sino en una banda, en una masa de personas, es decir, en una multitud.
Nace con una burla, un grito, un asesinato, esta genera una furia en alguien, a la gente le parece un hecho cómico, o una actitud ridícula de parte del hombre que discute con un muchacho, pero si de pronto el hombre le pega al chico, la gente pasa de esa reacción de carcajada a una reacción de indignación. Pueden linchar al sujeto, porque toda la violencia que surge de una multitud es completamente espontánea.
Los individuos que en tales situaciones cometen los crímenes más atroces, son incapaces de realizarlos fuera de la multitud, y si se les preguntara que les indujo a proceder mal, a veces no podrían explicarlo con exactitud.
Me permito llamar su atención en ese sentido, para que se comprenda el por qué del linchamiento, y cuáles hilos invisibles lo gobierna. Para ello es sumamente importante definir la multitud en relación a muchedumbre, conceptos muy parecidos, pero diferentes. En el primero, es decir, en la multitud, se trata de una reunión de elementos heterogéneos, de personas desconocidas, inorgánicas. La muchedumbre, al decir de penalistas como Rossi o Jiménez de Asúa, consideran que una “muchedumbre” “es la matriz de las multitudes”, que es “una reunión de individuos idénticos por temperamento o por relación de intereses, que operan en las mismas circunstancias de tiempo y de lugar, motivada por causas únicas idénticamente concordantes” (sic).
Recordemos el ejemplo hecho por Solón que ha llegado a convertirse en un adagio muy conocido: senatore boni viri, senatus autem mala bestia (un senador, individualmente, es una buena persona; pero que actuando en el Senado, se convierte en un mal hombre). Eso es un ejemplo de muchedumbre. No se actúa de manera espontánea, como en la multitud. No ocurren en los legisladores hechos que los sugestionen.
Este efecto de la “sugestión” que se apodera de la masa ha sido demostrado hoy, científicamente, y admitido por las ciencias humanas, que observan al hombre: la psicología, sociología y la criminología (juntas las tres, equivalen a la gran antropología).
Los individuos puede ser puesto en un estado tal, que su personalidad consciente es transformada, al grado de que obedecen todas las sugestiones del evento hipnotizador (en algunos casos la impresión del delito que se observa), y le sume en tal estado, llegando a realizar actos “delictuosos”, o “contrarios a su carácter y a su educación o hábitos”, como acaba de demostrarlo el hecho aciago que algunos hemos presenciado por la Internet, sobre un ladrón que tenía azotado a la localidad, y que fue sorprendido, arrojado de un segundo piso, linchado y asesinado, por un miembro de la multitud. Cuando un agente policial quiso aprender al que hizo los disparos, la multitud se lo arrebató, impidiendo que se lo llevaran. Por suerte luego fue identificado y detenido por la Policía y sometido a la acción de la Justicia.
De ese hecho podemos extraer las variadas características de la multitud: es decir, la impulsividad, movilidad, irritabilidad, sugestión fanática, credulidad, exageración, simplismo de sentimientos, intolerancia, autoritarismo, conservadurismo y moralidad. Todos estos sentimientos duran un instante. Desde el punto de vista moral, estos impulsos a los cuales obedece la multitud, pueden ser, según las excitaciones, generosos o crueles, heroicos o pusilánimes, pero será siempre de tal modo imperioso, que el mismo interés de conservación, no podrá dominarlos.
Una evocación final: hay que prestarle atención a los linchamientos, ya que éstos son fenómenos situados en la última línea de la tolerancia social. El que ahora hemos presenciado está relacionado a los delincuentes comunes, mañana puede recaer en los actores políticos, que actúan con irresponsabilidad. Y por qué no, en ciudadanos inocentes, confundidos por la furia de una multitud que reclama la sangre de un maligno e infortunado ofensor.
Olvidé una característica más: la imitación, luego de producirse un linchamiento, suele liberarse una energía inconsciente en la masa que busca repetir este tipo de conducta. Más que un contagio, es un efecto del corazón humano.