Si amparar la libertad religiosa no es amparar unos meros intereses institucionales, sino reafirmar el espacio interior que a cada ser humano le pertenece por si mismo y que ningún gobierno puede invadir; en la misma línea, reconocer el valor de la maternidad es también algo más que una mera ración de migajas sociales impartidas por el político de turno, realmente pura calderilla para lo mucho que representa ser origen de vida, por cierto casi siempre emitidas pensando en la rentabilidad de los votantes, en vez de poner en valor el gran papel que tienen todas las madres en la historia de cada uno de nosotros, de la propia humanidad y, por ende, en la historia de los pueblos. Sin embargo, la devaluación de la maternidad es un hecho palpable, un elemento de discriminación evidente en el acceso de la mujer al mercado laboral que todavía no se ha corregido, por mucha seguridad jurídica que quieran vendernos las organizaciones políticas. Sin duda, el actual modelo de éxito profesional obliga a sacrificar la dimensión materna. También es verdad que, aunque a la mujer se le abran espacios de trabajo profesional en la sociedad, nada podrá equipararse nunca con la eminente dignidad que le corresponde por su maternidad, cuando la vive en todas sus dimensiones.
Ya Gregorio Marañón, en su tiempo dijo, que: “la verdadera sexualidad no es el simple acercamiento de los sexos, sino el trabajo creador del hombre y la maternidad de la mujer”; ciertamente la madre, la más bella voz puesta en los labios del ser humano, siempre está ahí, olvidándose de sí misma, no piensa para sí, porque vive totalmente entregada a su prole. Aunque el hecho de ser padres pertenece a los dos géneros, hembra y varón, científicamente está demostrado que es una realidad más profunda en la mujer, especialmente en el período prenatal en el que lleva consigo el germen de la futura vida, poniendo a disposición las energías de su cuerpo y alma; pero, por ello, es también necesario y preciso que el hombre sea plenamente consciente de que en este ser padres en común, él contrae una responsabilidad y un compromiso en la misma horizontalidad que la madre. Tal vez hoy, más que nunca, haga falta revalorizar la idea de la maternidad, puesto que no es una concepción arcaica, desempeña un papel insustituible en el comienzo de la vida de todo ser humano. No hay dinero que pague su incondicional labor. Bien podrían los gobiernos estatales, autonómicos y locales, incluir en sus programas electorales extensivas y continuadas ayudas a las madres; y, sobre todo, perseguir toda exclusión profesional por serlo.
Lo cierto es que muchas mujeres hoy en día se sienten impulsadas a renunciar a la maternidad para poder dedicarse a un trabajo profesional. Muchas, incluso, reivindican el derecho a suprimir en sí mismas la vida de un hijo mediante el aborto, como si el derecho que tienen sobre su cuerpo implicara un derecho de propiedad sobre su hijo concebido. En alguna ocasión, a una madre que ha preferido afrontar el riesgo de perder la vida a favor de su hijo, también se la ha acusado de locura. Como reflejo de todas estas dificultades, el envejecimiento de la población en nuestro país es una realidad que no la levantan los vociferados y partidistas cheques bebé. Oiga, que un pago único no solventa nada. Es un engaña bobos. Si en verdad los gobiernos considerasen la maternidad como una protección prioritaria de sus políticas, estoy seguro que no habría tantas interrupciones de embarazo. Habría que comenzar por educar en el sexo responsable, al igual que pedimos a los jóvenes responsabilidad en la bebida, en lugar del aluvión de propagandas engañosas como la del sexo libre y seguro o la reducción de la feminidad a objeto de consumo.
Un gran estadista, como Clémenceau, dijo que los pueblos son educados en las rodillas de la madre. Si falta la madre, y hoy estamos en una crisis de la maternidad, debemos darnos cuenta y comprender el riesgo que supone volverle la espalda a la semántica de la existencia humana. Tanto la maternidad como la infancia, se dice que tienen derecho a cuidados y asistencias especiales, pero luego en la práctica las deficiencias y abandonos están a la orden del día. En nuestro país, mal que nos pese, todavía faltan políticas verdaderamente proteccionistas hacia las mujeres que desempeñan una función decisiva, tanto en la familia como en el desarrollo de la sociedad, cuya importancia todavía no se reconoce ni se considera plenamente. Obviamente, un derecho básico que se relaciona con la maternidad es la libertad de tener hijos. Esta libertad se pone en entredicho en la medida que uno no tiene medios económicos para salir adelante con esa nueva vida ¡Cuántos abortos forzados se producen a diario; abortos que luego se lamentan para toda la vida! Esto significa que aún los poderes públicos no prestan la atención social suficiente a mujeres que se encuentran en situaciones difíciles. Así de claro.
Desde luego, para poder desempeñar el deber de formar a sus hijos, las madres necesitan algo más que unos cheques regalo, precisan que las instituciones del Estado apoyen y protejan la institución de la familia. Para empezar, pienso que debe reconocerse, por parte de los poderes públicos, el valor de la labor de las madres que han elegido permanecer en sus hogares, para educar a sus hijos como su trabajo a tiempo completo. Es más, creo que se debe asegurar la opción libre de la madre entre trabajar en el hogar o fuera, pero que no sea por dificultades económicas en la familia. En cualquier caso, fortalecer la familia y la defensa de los derechos de miles de mujeres que son madres, es de justicia, y no porque la maternidad sea un trabajo, es mucho más, una vida entregada al servicio de una tarea vocacional que no se paga con cheque alguno el beneficio que hace a la sociedad entera.
Víctor Corcoba Herrero
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