Son muchas las mentiras ecológicas que se echan a rodar en la República Dominicana, principalmente por la ignorancia de “ecologistas”, periodistas y comentaristas que opinan acerca de todo sin criterio científico alguno, con lo cual crean enorme confusión entre quienes les leen o escuchan a través de los diferentes medios de comunicación.
Hace unos seis años, por ejemplo, en la Presa de Hatillo comenzaron a flotar centenares de peces muertos, para alarma de pescadores y consumidores. Inmediatamente, sin averiguar, algunas voces atribuyeron a la empresa minera Falconbridge Dominicana (de origen canadiense) ser la responsable de la muerte de los peces. Científicos canadienses vinieron al país y, tras una semana de investigaciones en el Lago de Hatillo, concluyeron diciendo que en determinadas épocas del año, en el fondo del lago se produce un “plancton”, que es un conjunto de organismos animales y vegetales, generalmente diminutos, que flotan y son desplazados pasivamente en aguas saladas o dulces, que producen esporádicas intoxicaciones en los peces, con lo cual se aclaraba el “misterio”.
Investigadores de la Academia de Ciencias de la República Dominicana, por su parte, sin contar con los equipos necesarios para una investigación seria, como admitieron en un Informe, dijeron que la culpa del envenenamiento de los peces era de la Falconbridge. Los dos informes disidentes, si alguien se animara, podrían ser publicados como libro con el bello título de “mentiras ecológicas”.
Sucede lo mismo ahora con la cuestión de las granceras. Hay voces que sostienen que la decisión de la Secretaría de Medio Ambiente de permitir a cuatro compañías que extraigan materiales para ser utilizados en el relleno de carreteras, viviendas, rehabilitación de puentes y otras obras del Estado, viola la Resolución 16-07 de la misma Secretaría que prohibió extraer materiales de los ríos a cargo de las granceras.
Siempre que hay grandes avenidas como resultado de prolongadas lluvias derivadas de tormentas o ciclones, se producen miles de toneladas de material de arrastre, léase arena, piedras y cascajo, que generalmente van a parar a los embalses donde hay represas—disminuyendo su vida útil—o simplemente se acumulan en algunos sitios, desviando así el cauce natural de los ríos, con grave peligro para los pobladores en su periferia.
¿Qué se impone entonces? Pues limpiar los ríos de esos materiales. ¿Cuál puede ser el destino de los materiales extraídos? Pues simplemente la construcción de viviendas para damnificados, la reconstrucción de puentes, caminos y carreteras, como se necesita ahora.
Cuando se produjo el ciclón Georges en 1998, pude comprobar con mis propios ojos que el río San Juan arrastró piedras descomunales, además de arena. Una de esas piedras, sin exageración alguna, era casi del tamaño de una yipeta. En su recorrido por la tremenda fuerza del agua, la piedra chocó con un puente y derribó una de sus cabeceras. Esto ha ocurrido en muchas partes del mundo.
¿Qué tuvieron que hacer los ingenieros para reparar el puente? Pues mover la enorme piedra con equipos mecánicos y sacar todas los materiales acumulados—arena y piedras de menor tamaño—para poder trabajar.
Por supuesto, uno no es ningún tonto como para no pensar que alguna empresa se aproveche de un permiso en un caso de emergencia, sacando más material del que ha sido autorizado para beneficio propio, incluso provocando daños irreversibles al lecho del río, como algunas los provocaron y que dio lugar a la prohibición de sus operaciones.
La extracción de materiales para limpiar los ríos sí puede hacerse, pero en forma controlada bajo estricta supervisión.
Es muy fácil decir que se pueden extraer materiales de cantera, pero habría que determinar si los dueños de los terrenos privados donde están dichas canteras están dispuestos a permitir que terceros las exploten gratuitamente. Hay que determinar, además, cuán lejos están las canteras de los mercados naturales de los materiales, para determinar si los costos de explotación influirían o no en los precios al consumidor.
Si el Estado tiene necesidad de materiales de construcción para iniciar las obras de rehabilitación que se necesitan tras el paso de la desastrosa tormenta Noel, pues debe buscarlos de alguna manera. No es teorizando, ni con mentiras ecológicas, como se resolverán los problemas de nuestros ríos, lesionados desde tiempo inmemorial por la ambición desmedida del hombre.