México (PL).- No fue un asunto menor y tampoco tuvo que ver sólo con una cuestión de forma. La multicitada bronca protagonizada en Chile por el rey Juan Carlos de Borbón y los presidentes José Luis Rodríguez Zapatero, Hugo Chávez y Daniel Ortega durante la XVII Cumbre Iberoamericana, obedeció a cuestiones de fondo.
Entre otras cosas, tuvo que ver con ideología e inversiones.
Para empezar, la hegemonía del gran capital sobre los medios de difusión masiva bajo control monopólico, a lo que se suma el colonialismo cultural y la condición de clase de muchos formadores de opinión en España, México y algunos países de América Latina, hizo aparecer al presidente de Venezuela como quien rompió las reglas básicas del protocolo y provocó la rabieta de Su Majestad.
Falso. En realidad fue el tataranieto de Fernando VII quien con su ofensivo "¿por qué no te callas?" a Chávez, mostró la hilacha y generó el zafarrancho político-diplomático.
En todo caso, el venezolano lidiaba a su estilo –en un acalorado diálogo entre iguales– con el "socialista" Zapatero, cuando irrumpió el soberano, a quien, al parecer, se le había amontonado la sangre azul en la cabeza por los dichos del presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, sobre la multinacional de la energía Unión Fenosa, con casa matriz en España.
Cuando Chávez llamó "fascista" a José María Aznar y Zapatero reclamó "respeto" para el ex jefe de gobierno, recordando que "fue elegido por los españoles" -igual que Mussolini, Hitler y Bush Jr. en sus respectivos países–, Juan Carlos explotó y exhibió de paso su mala educación y talante autoritario.
Sin descartar, claro, que el conflicto matrimonial de la infanta Elena haya tenido algo que ver con el estado de ánimo del rey de los españoles por la gracia de Dios y del dictador Francisco Franco.
No fue el lenguaje coloquial, muchas veces directo, "políticamente incorrecto" y subversivo del mandatario venezolano, que choca con la retórica vacía, las buenas costumbres y las complicidades de muchos mandatarios en las "cumbres", lo que estropeó la clausura de la Iberoamericana.
Fue la injerencia todavía no explicada del monarca la que rompió con las formas. Fue Borbón quien con su orden disfrazada de pregunta y el abandono con rudeza de la sala de sesiones, echó a perder la clausura de la cumbre y exhibió a la vez el arcaísmo de la corona y la defensa velada de las corporaciones peninsulares empeñadas en la reconquista de la América pobre.
El affaire del "cállate y me voy" hizo aflorar el asunto de fondo: las inversiones españolas en América Latina. Un asunto que tiene que ver con "fontaneros" y cabilderos, y con América Latina como mercado clave para la acumulación de ganancias de un puñado de multinacionales: Telefónica (Movistar), Repsol, Gas Natural, Banco Bilbao Vizcaya (BBVA), Santander Central Hispano (SCH), Endesa, Iberdrola, Unión Fenosa, Agbar, Prisa, Sol Meliá, Dragados, Albertis, Grupo Marsans y ACS.
El encontronazo dialéctico en la cumbre tuvo que ver, entonces, con la tensión en aumento entre poderosas empresas españolas y algunos gobiernos latinoamericanos que las acusan de ganar dinero sin importarle la situación social y económica que priva en sus países.
En particular, Ortega criticó la forma cómo Fenosa, empresa del ramo de la energía, incursionó en Nicaragua y mediante actos de corrupción compró firmas generadoras de electricidad que estaban en buen estado y desechó otras, para sacar utilidades y ganar en un año lo que pagó por ellas.
Y también dio cuenta de cómo, ya en tiempos del PSOE y de Zapatero, en la embajada de España en Managua se conspiró sin éxito para impedir el triunfo electoral del Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Fue entonces que Juan Carlos de Borbón se destempló, y en su calidad de jefe de Estado y máximo responsable de la política exterior de su país, abandonó la plenaria, desairando a la mandataria anfitriona, Michele Bachelet, y a los otros participantes.
Cabe apuntar que, en total, la inversión bruta de las compañías ibéricas en la región asciende a más de 129.000 millones de euros entre 1993 y junio de 2007, según datos del Ministerio español de Industria, Turismo y Comercio. Que España es el segundo inversionista europeo en Latinoamérica y el segundo global después de Estados Unidos. Y que en apenas tres lustros, gracias a la reconquista de América, esas empresas se transformaron en multinacionales.
Hoy, las cámaras patronales españolas ven con preocupación la "inseguridad jurídica" que existe en algunos países gobernados por lo que llaman "populistas radicales". Visiblemente Venezuela, Bolivia y Ecuador.
En Venezuela, donde Aznar y el embajador español Manuel Viturro participaron directamente en el golpe de Estado fallido de Pedro Carmona El Breve en 2002, Chávez renacionalizó parcialmente el potente sector de la energía y Repsol dejó de ganar como ganaba.
En Bolivia, Evo Morales estatizó el control de los hidrocarburos y también perdió Repsol YPF, que apostó por Tito Quiroga, el candidato de la derecha que representaba los intereses del gran capital.
Y en Ecuador, Rafael Correa quiere endurecer las condiciones de la licencia de móviles que posee Telefónica.
En ese nuevo contexto, lo único que quieren las pragmáticas multinacionales españolas es garantizar sus negocios y el volumen de las utilidades.
Como es natural y entendible, utilizan al rey Juan Carlos y a Zapatera –como antes a Felipe González y Aznar–, para presionar a quienes toman decisiones, abrir mercados y tratar de garantizarlos.
En buen romance, como se ha dicho y documentado en estos días, el rey bueno es un lobbista de los intereses corporativos peninsulares que han vuelto a "hacer la América", y recibe suculentas comisiones y rentas por ello.
Las formas, pues, salen sobrando, además Chávez y Ortega dijeron la verdad. Y sucede, también, que la indiada ya no entiende a gritos.
*El autor es un reconocido articulista de la prensa mexicana. colaborador de Prensa Latina.
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