Recuerdo con la ilusión que llegaste al mundo. A todos nos llenaste de felicidad y mis años de estudios en el revuelto y brutal norte no hubiesen servido para nada sin el titulo de padre que 19 de mayo de 1995 llegó a mis manos cuando tu carita y manos se lanzaron a mi cuerpo en señal del abrazo capaz de hacerme ingresar al privilegiado club de la ternura.
Aquella sonrisa tan tierna se quedó para siempre y no existe espacio en la casa que no se sienta la atrevida carcajada. Por horas la busco, en la habitación, la cocina, sala y siempre el ja..ja..ja.. del niño que con su injusta partida nos retorna al dolor que por fuerza del tiempo parecía lejos, pero que nos enseñó hace muchos años una interesante lección de vida: transformar el dolor en esperanza.
Contrario a ti, llegué al mundo en medio de terribles dificultades. Eso sí, tanto Fabricio como yo aprendimos a regarle sonrisas a la vida. Y siento que las constantes carcajadas tuyas obedecían al eterno recordatorio de que siempre mantengamos de tí la memoria del jovencito sonriente que no descansaba en hacernos chistes y burlarse de todos con una dulce irreverencia.
Te fuiste sin avisarme. Por mi cabeza nunca pasó que una llamada anunciando la partida al más allá transformaría terriblemente la razón de ser del trío que dejaste como barco a la deriva. ¿Quién provocará las críticas que te hacíamos por el excesivo uso de los perfumes? ¿Acaso no sabías lo mucho que Sandra y yo disfrutamos la fascinación que exhibías por tu ropa bien arreglada? ¿ Y las constantes llamadas telefónicas que comenzaban a llover a la casa para 'preocupación ' de tu madre y profunda alegría mía?.
Mi hijo del alma cómo me dejaste. Y es que no existe dolor más grande que el de un padre enterrando a un hijo. Sé que tengo un angelito en el cielo y que en una esquina de la vida nos juntaremos para darte el beso de siempre porque con la tuya, son dos Maximilanos que se me van. Con el primero no pude disfrutar al padre. Y en el segundo intento me despojan de ver crecer al hijo.
Aunque el llanto no termina te prometo proteger a las dos cómplices fundamentales de nuestras travesuras: Sandra y Gabriela.
Maximiliano te saliste con la tuya. Lo sospecho porque en lo más profundo de mi conciencia la angelical carcajada no cesa y sólo me resta el regaño de un padre que nunca terminará de llorarte, y a la vez preguntarte: ¡coño mi hijo, debiste avisarme para morirme yo y no tú!.