La posesión de un espejo proporcionaba estatus y su carácter mítico reducía el uso a las grandes ofrendas colocadas en los monumentos de las ciudades construidas por los mayas y otras civilizaciones asentadas, antes de la llegada de los colonizadores españoles, desde México hasta Honduras.
Evidencias históricas reflejan que los espejos fueron utilizados en Teotihuacán -o la Ciudad de los dioses en lengua náhuatl-, pero también en otros sitios antiguos de la región, entre los que destacan los Altos de Guatemala.
En las culturas maya, olmeca, tolteca y teotihuacana, entre otras, estos eran elaborados a partir de la pirita, mineral del grupo de los sulfuros y de color amarillo, también llamado el oro de los tontos por su parecido al codiciado metal.
El rostro de quien se miraba en estos espejos aparecía fraccionado, por las múltiples incrustaciones, de allí que para muchos esa fuese una señal de la magia contenida en el objeto.
Investigadores del proyecto Las formas expresivas en México, Centroamérica y el Suroeste de Estados Unidos: dinámicas de creación y transmisión, coinciden en que los espejos eran vinculados a su vez con el sol.
Para el especialista Gregory Pereira, la asociación con el Astro Rey derivó de las propiedades físicas de la pirita, capaz de producir fuego.
Los espejos de este metal eran conocidos desde el Período Preclásico o Formativo, es decir, de los años 2500 antes de nuestra era al 200 de nuestra era, pero su expansión por Mesoamérica corresponde al clásico temprano- de 150 al 200-600 d. n.-, época en la cual estos estaban hechos de una sola pieza de superficie cóncava.
Sin embargo, con el tiempo sufrieron innovaciones técnicas y al ser tallados en una sola pieza, incorporaron otros compuestos hasta lograr una base circular a veces y cuadrada otras, por lo general realizadas con pizarra o arenisca.
Los espejos eran elaborados muchas veces en discos de madera, sobre los cuales se colocaban complejos mosaicos, que además de pirita tenían otros materiales, como la turquesa.
Más allá de usarlos para mirarse, las mujeres y hombres de rango en aquellas culturas originarias en el subcontinente, consideraron los espejos una fuente de conocimientos ocultos, oráculos o presagios, porque supuestamente de ellos podían emerger seres procedentes de otros mundos.
De manera similar, en todo el occidente cristiano, muchos mitos corrieron alrededor de estos objetos y algunos de ellos trascienden hasta nuestros días, como aquel que reza que romper un espejo da mala suerte.
Para los antiguos griegos, por ejemplo, la rotura del espejo durante una sesión de catroptomancia- arte de la adivinación o comunicación con el mundo espiritual a través de estos- anunciaba la muerte.
Algunos estudiosos de estos temas consideran probable, sin embargo, que la superstición obedezca a la idea de que la imagen reflejada en el espejo es el doble o el alma de quien lo utiliza y, en consecuencia, romperlo equivale a poner su vida en peligro.
Para otros, tal creencia está vinculada estrechamente a los factores económicos: los primeros espejos de cristal aparecieron en Venecia durante el siglo XV, estaban recubiertos por una lámina de plata, eran muy caros, y las señoras para evitar su pérdida, advertían a los criados que su rotura equivalía a siete años de mala suerte.
Quizás como respuesta a la amenaza, la voz popular comenzó a aconsejar desde entonces: "un espejo roto no admite más remedio que comprar otro".