En esta lógica, podría parecer que el machismo es la única manera de "ser hombre", reflexionó Julio César González Pagés, historiador cubano, profesor de la Universidad de La Habana y coordinador de la Red Iberoamericana de Masculinidades, en entrevista con IPS.
Sin embargo, a juicio del intelectual, nuevos modelos para asumir la masculinidad no sólo son posibles, sino imprescindibles para, entre otras cosas, terminar con la violencia doméstica. Este martes se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, así declarado por la Organización de las Naciones Unidas en 1999.
IPS: Aunque hay muchas maneras de asumir la masculinidad, la hegemónica pasa por el machismo, que se ha convertido en algo dominante en sociedades como la cubana. ¿Cómo se ha producido esto?
JULIO CÉSAR GONZÁLEZ PAGÉS: Tal pareciera que el machismo le viniera por ADN a los hombres, que es una identidad más allá de la cultura. ¿Por qué es así? Porque durante demasiado tiempo se ha transmitido a través de la cultura y de la educación. Toda América Latina, no sólo Cuba, de cierta forma se vende como un área donde el machismo forma parte de la identidad de los hombres.
La educación y la cultura son los dos grandes baluartes de estos valores. Pareciera que el machismo es una etiqueta, una actitud masculina en sí misma, y pareciera que la hegemonía, lo masculino y el machismo son tres pasos esenciales para "ser hombre". Y el problema es que, de cierta forma, estos tres aspectos marcan los patrones que definen la aceptación social del hombre. Es por esa aceptación que, a su vez, educamos, criamos y transmitimos estos valores.
IPS: ¿Cómo se explica que muchas veces sean las mismas mujeres las que educan a sus hijos en patrones sexistas?
JCGP: No es que las mujeres sean machistas, pues no pueden ser víctimas y victimarias de un mismo proceso. Las mujeres transmiten esos códigos machistas a sus hijos porque la aceptación social de un "macho" pasa por todo esto. Nadie educa a un hijo para que sea vulnerable, ni siquiera los animales. Entonces, regularmente todos estos valores que son adquiridos de la cultura y la educación tienen una legitimidad en la familia, en el barrio, en la comunidad.
IPS: Los daños que la cultura machista trae no sólo a las mujeres, sino también a los hombres, ¿pueden verse como un problema de salud?
JCGP: Los valores transmitidos por la educación y la cultura han traído como consecuencia que, en todos nuestros países, no se haya tomado el tema de salud de los hombres como un problema de Estado, por su vinculación con el machismo y la masculinidad hegemónica. Sin embargo, si vemos los sucesos bélicos, los procesos de riesgo o de no cuidado del cuerpo, observamos que deberíamos tener estrategias de salud más preventivas en su vinculación con la masculinidad. Gastaríamos mucho menos en salud si evitáramos que los hombres fueran criados en una actitud de riesgo.
Si miras, por ejemplo, a las generaciones menores de 25 años en toda el área de América Central y el Caribe encontrarás actitudes muy parecidas. ¿Por qué? Porque se socializa de la misma forma, con la misma música, con la misma cultura de riesgo.
El reguetón del puertorriqueño Daddy Yankee es oído por un joven obrero de Tegucigalpa, un muchacho de clase media en San Juan, uno de provincia en Santo Domingo y un universitario en La Habana. Esa cultura globalizada también transmite valores y son los mismos que estimulan las actitudes de riesgo.
Más que abogar por actitudes nacionales, tenemos que pensar en el mundo. No puede haber un desarrollo local sostenible, en ninguno de nuestros países, si la vinculación entre masculinidad y violencia no empieza a asumirse como un tema de salud, como un tema de sociedad, con fondos específicos.
IPS: ¿Estaríamos hablando de fondos destinados al trabajo con los hombres y no los que hasta ahora se habían destinado a temas de género, pero siempre pensando en las mujeres?
JCGP: Exactamente. No podemos pensar que los fondos que estamos destinando a la inequidad en el tema de la mujer van a ser los mismos que nuestros gobiernos tienen que destinar al tema de la masculinidad y la violencia. Son dos problemas que se relacionan, pero son diferentes y hay que ir a la raíz de cada uno de ellos.
IPS: ¿Esa ausencia de campañas de prevención de salud hacia la población sería también otra forma de violencia?
JCGP: Es una manera de ejercer la violencia sobre nuestra propia salud. No sabemos cuidarnos, no hay una cultura del cuidado del cuerpo del hombre. Se dan casos de hombres que, a los 40 años de edad, empiezan a hacer ejercicios y mueren porque no fueron antes a un médico para saber si su corazón lo soportaba. Cuando hablamos de violencia y masculinidad, solemos pensar en el hombre golpeador y no en todas las violencias posibles, las violencias psicológicas que nosotros mismos nos imponemos.
IPS: ¿Es la misma vulnerabilidad que enfrentan los hombres solos al final de la vida?
JCGP: La mujer, generalmente, asimila la viudez. La ve como un nuevo período de su vida, se va para la calle, va a pasear. Puede haber sus excepciones, pero esa es la media. El hombre cae en la soledad, en la depresión, no sabe qué hacer con su vida. Al final, la masculinidad lo lleva a la dependencia total de la mujer, a la inutilidad, a un proceso doloroso.
Pienso que los dolores, los malestares que provoca esa masculinidad hegemónica y socialmente construida en los hombres deben ser estudiados. La sociedad mundial ha crecido en edad, los países como Cuba envejecen y cada vez hay más hombres mayores de 60 años que no saben qué hacer con su vida, y si enviudan es mucho peor.
IPS: ¿El machismo se vuelve contra los propios machos?
JCGP: Al final, son procesos negativos para las mujeres y para los hombres. La salida pasa, entonces, por la creación de nuevos modelos.
IPS: ¿Cuáles serían, entonces, los mensajes que habría que transmitir para ir promoviendo cambios hacia lo que se ha llamado una cultura de paz?
JCGP: Los mensajes tienen que estar dirigidos a sectores específicos. Hoy se habla mucho de la diversidad y, si hay diversidad, debe haber mensajes universales pero también particulares. Al mundo le hace falta un poco de amor, pero no el amor que nos transmiten las telenovelas, ese amor idílico e imposible, a lo Romeo y Julieta.
Cualquier cosa que hagamos tendrá que apuntar a ese estrés generalizado por ocupar todas las horas en algo y no dejar tiempo para pensar, para reflexionar, para amar. Tenemos que aprender a amarnos a nosotros mismos, nuestro tiempo, nuestro cuerpo, nuestra ciudad. O sea, esa cultura de paz que muchas veces parece imposible yo creo que es posible.
IPS: ¿Hablamos de cambiar, incluso, rutinas de la vida cotidiana?
JCGP: Se suele ver la cultura de paz como un eslogan. Asociamos el concepto a los símbolos y no a actitudes simples. Los humanos vivimos un tiempo muy rápido y ese tiempo rápido es violento y va en contra de uno mismo. Aprender a vivir es cultura de paz, como lo es aprender a oír, a respetar, a dulcificar.
De cierta forma, una de las primeras cosas que aprendemos los hombres que nos estamos liberando de estas actitudes machistas es a intimar y, dentro de esa intimidad, está la cocina, porque todo el mundo tiene que comer. Así, debería formar parte de la promoción de la cultura de paz decir: "Tómate un tiempo, comparte con tus amigos, hazte una pasta o lo que tú quieras, pero date ese tiempo mental para compartir la esencia de la vida".
No se trata de abrir una gran discoteca que se llame Cultura de Paz, y que no sería más que un gran momento de consumo de lo mismo. Se trata de volver a las esencias, a los momentos en que los hombres y las mujeres compartíamos esencias mínimas que nos hacían felices. Es volver a la raíz de lo cotidiano, pero como disfrute, no como tortura.