Esta estrategia duró poco; mi marido muy pronto comprendió que al decirme esas palabras mágicas, se libraba más prontamente del sermón que le tenía preparado.
¿Quién tenía la razón? ¡Los dos, cada cual defendía su punto de vista diferente!
La intensidad del enamoramiento sexual "hormonal" del comienzo del matrimonio, va modificándose con el tiempo, Dicen los expertos que dura cerca de dos años. La pasión pasa a un plano diferente, sin dejar de tener su importancia vital.
¿Cómo nos ajustamos; cómo evolucionamos cada uno; cómo superamos los tragos amargos; cómo convivimos hoy con alegría? Los cambios y ajustes personales los seguimos haciendo, ambos, libre y espontáneamente. Valoramos y priorizamos la relación de pareja como una meta compartida importante para ambos, sin guerras sexistas.
Mis siete secretos para la convivencia matrimonial
Libertad de ser únicos , con el derecho a pensar, sentir, priorizar y valorar diferente, sin la presión de tener que llenar expectativas irreales del otro.
Respeto incondicional para negociar las diferencias, sin el desdén de la superioridad de ninguno de los dos.
Comunicación auténtica , sin miedo al rechazo, que nos permite ser honestos, íntegros, vulnerables y hasta decir: lo siento.
Confianza en mí, en él y en nuestra relación , la fidelidad y la buena voluntad de trabajar juntos las diferencias por el bien común.
Apoyo mutuo para seguir el proyecto individual de la propia autorrealización, sin sentirnos presionados por el otro, por tiempo y energía que dedicamos a nuestras actividades extramatrimoniales o profesionales.
Diversión que hacemos juntos como correr bicicleta, viajar, cantar en bohemias. Por separados: él juega golf y va a su fraternidad; yo juego tenis y escribo talleres de motivación. Mantenemos armonía con la calidad de tiempo y energía que dedicamos a la vida de pareja, incluyendo la actividad sexual.
Sentido del humor, para reírnos hasta de nosotros mismos en el proceso de envejecer juntos y acompañarnos con mucha compasión y nostalgia, después de muchos años.
Al seguir reflexionando en el cómo he podido mantener una buena relación matrimonial por años, creo que, ambos, hemos aprendido a vivir más de lecciones que de dolores.
Desde ese aprendizaje de transformación, trascendencia y superación, somos positivos y muy buenos amigos. Disfrutamos la mutua compañía.
Lo que comenzó con una atracción física y apasionada, se convirtió en un compromiso con carácter de permanencia en el matrimonio y evolucionó a un encuentro de dos almas complementarias (no gemelas), que encontraron en el amor mutuo su sentido y propósito de vida feliz.
Una muchacha joven me preguntó una vez si yo temía a una infidelidad. Le respondí que no había garantía. La vida conyugal, cuando está basada en la libertad que da el amor, sirve de anclaje positivo. El camino es precisamente vivir día a día el sueño de ser pareja casada y ambos resistir tentaciones ajenas al bienestar de la familia.
En las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, nos tratamos con ternura, empatía, comprensión y perdón. Dice don Miguel Ruiz en su libro La maestría del amor: "Haz que tu parte funcione". Yo seguiré reinventándome, para que en cada nueva etapa de mi matrimonio, pueda seguir dando lo mejor de mí.