Es injusto y mezquino no reconocer que aunque el Padre Alberto hizo un compromiso ante Dios de respetar el celibato, también fue Dios quien lo creo con pene como al resto de las especies masculinas con necesidades primarias como comer, orinar defecar y amar.
Como hombre no vemos en él pecado alguno, sus acciones de cariño ante una mujer definitivamente hermosa, no son cuentas de nuestro Rosario, tampoco es el primer sacerdote que comete este tipo de faltas imperdonables para la iglesia.
Viendo entonces la cantidad de casos que suceden en torno a la vida de los sacerdotes del mundo, muchos de los cuales son manejados y manipulados para evitar su promulgación, entonces es la misma Iglesia quien debe hacer una reestructuración de sus normas sacerdotales.
El padre Alberto es un hombre de bien, sabio, justo y de buenos modales. Es amado por muchas personas en el mundo, sobre todo en América Latina, donde desde sus diferentes ocupaciones y programas de orientación ha servido de estimulo para muchas familias en condiciones especiales.
No seamos ahora quienes lo señalemos por una actitud castigable según las reglas de la Iglesia, por su condición sacerdotal, pero un acto normal viéndolo desde el punto de vista masculino, en su condición de hombre que por demás es joven y hermoso.
Recordemos la famosa frase de San Agustín "Nada hay tan poderoso para envilecer el espíritu de un hombre como las caricias de una mujer".