Helen era periodista, directora de relaciones públicas de la Secretaría de Interior y Policía. Junior Domínguez, un exnovio, lo repetía "o mia, o de nadie". Y, prefirió desprenderle la vida en su casa, en Los Tres Brazos, en la habitación donde Helen tecleaba su PC. El agresor, preventivo en La Victoria, dijo que el disparo (uno en la frente de Helen) se le ¿zafó? Excusa difícil de tragar.
Trabajadora comunitaria, proactiva, entusiasta, alegre, esa era la muchacha de 28 años que andaba de barrio en barrio desarmando con ideas y alegría las garras de la violencia, esa que paradójicamente la cegó. Militante comprometida de programas sociales, Helen era segura de si, ubicaba siempre el ángulo positivo a la vida y jamás permitió que el virus de la superioridad hiciera borrascosa su mirada.
Helen, también era madre. Junior Domínguez, quien la mató, la conocía bien, vivía casi frente a su casa, de hecho, crecieron juntos, eran del mismo barrio. Por su culpa, Glory de 9 años y con graves problemas de discapacidad y Yadil de tres, no tienen a su mamá. Y qué decir de su madre, Altagracia Pujols, quien cede poco a poco ante el peso de este gran dolor.
Hay pruebas de que el país niega nuestros derechos. Pero tenemos fuerza para seguir. Ojo y firmes en el juicio por el asesinato de Helen Pujols, a iniciar el 3 de junio en el Quinto Juzgado de Santo Domingo Este. Y que no se entierre el pedido, hecho por la familia, al titular de Interior y Policía, Franklin Almeyda, para que retire el co-acusado capitán de la PN Fausto E. Encarnación, hermano del agresor y dueño del arma con que le arrebataron la vida a Helen. Han pasado cinco meses y el caballero no ha dicho esta boca es mia. Y eso que Helen era una empleada de su confianza. La vida de una mujer, ¿no vale nada?