La salinidad del lago Assal es debido a su céntrica ubicación. Esta ubicado en una región conocida como el Triángulo de Afar, una sección de tierra que irradia desde un punto de cien millas al norte de Addis Abeba y hacia las costas del Mar Rojo y el Golfo de Adén.
Sus aguas son diez veces más saladas que la de los océanos, incluido el mar muerto. Si no fuera por el levantamiento de las montañas de Danakil, en la costa de Djibouti, Assal habría formado parte del Mar Rojo.
A pesar de su belleza misteriosa y joyas extravagantes de sal, es uno de los lugares más inhóspitos del planeta.
La periodista de la BBC Pascale Harter visitó la zona y conoció a una de las personas que se gana la vida en esas duras condiciones.
Se trata de Ali Hamid, un hombre que vive de lo que el lago Assal tiene para ofrecer: sal pura.
La sal que Hamid extrae puede considerarse un producto de lujo, destinado a exigentes paladares.
Es servida en las mesas más exclusivas en París, y aunque la demanda de este producto ha disminuido, este tipo de actividad sigue siendo una de las escasas fuentes de trabajos que hay en la zona.
Antes que salga el sol
Hamid debe vencer la tentación de beber el agua que lo rodea. No es para consumo humano. Ha estado haciendo este trabajo por años, y antes que él su papá también vivió de la extración de sal. Según Hamid éste es un trabajo tradicionalmente de nómadas, sin embargo, es realizado en condiciones muy calientes. En verano, por ejemplo, la temperatura del agua puede llegar a alcanzar los 35ºC.
Esto significa que tanto Hamid como sus amigos, que extraen la sal con sus manos, inician sus labores en las madrugadas antes de que salga el sol, para no recibir quemaduras severas.
Al rededor de las 4 de la madrugada se instalan a orillas del lago, donde -agachados y armados de cualquier roca- golpean el suelo para extaer lo que les dará el sustento.
No apta para consumo humano
Hamid señala que trabajar ahí resulta muy tentador. Está rodeado de toda una masa de agua que a simple vista parece deliciosa y refrescante. La sal que trabaja Hamid es muy pura y es servida en las mesas más exclusivas en París.
Pero a pesar de las apariencias y de la provocación de beberla, sabe que esa agua es demasiado salada para consumo humano.
Y esa tentación se profundiza en parte si se tiene en cuenta la realidad que tiene que enfrentar en casa.
Su familia depende del agua que el gobierno reparte una vez a la semana. Hamid recibe tres barriles para abastecer a su esposa y a sus tres hijos. Así que el primer día que hay agua, ellos lavan la ropa y todos los platos, luego el resto del agua es para beberla.
Pero si la entrega de barriles de agua se retrasa, cada día que pasa se convierte en un infierno.